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"Stolpersteine": tropezar con la memoria del Holocausto

Suzanne Cords
26 de octubre de 2017

El creador de estas piedras que siembran la memoria en las calles de Alemania, Gunter Demnig, cumple 70 años.

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Stolpersteine
Imagen: Bernd Wüstneck/dpa/picture alliance

Gunter Demnig tiene una misión. Allá donde los nacionalsocialistas causaron estragos, quiere recordar sus crímenes. Y quería devolver a las víctimas del Holocausto su nombre y su dignidad, pues como dice el Talmud: "Alguien es olvidado cuando su nombre cae en el olvido”.

Por eso Gunter Demnig viaja cada día de ciudad en ciudad y de pueblo en pie para poner sus "piedras de tropiezo” (en alemán, Stolpersteine). Pequeñas losas de latón de diez por diez centímetros que coloca en la acera, frente a la puerta de las viviendas, y que llaman la atención sobre la suerte que corrieron sus antiguos habitantes.

Aquí vivía Max Liff. Nacido en 1885. Deportado en 1942. Asesinado en Auschwitz.

Aquí vivía Merthold Liff. Nacido en 1922. Deportado en 1942. Asesinado en Auschwitz.

Aquí vivía Jutta Liff, apellido de soltera Leiser. Nacida en 1896. Deportada en 1942. Asesinada en Auschwitz.

Stolpersteine
El artista Gunter Demnig mientras coloca dos "Stolpersteine" en Augsburgo, el de mayo de 2017.Imagen: Karl-Josef Hildenbrand/dpa/picture alliance

Seis millones de judíos, dijo Demnig a la revista Der Spiegel, parece una cifra inconcebible, "completamente abstracta, como el concepto de Auschwitz”. Sobre todo la generación más joven casi no puede imaginárselo. "Pero cuando lo ven con sus propios ojos: el terror empezó aquí, en este pueblo, en mi calle, en mi casa; entonces se convierte en algo concreto”.

Contra el olvido

Este escultor y artista puso las primeras "piedras de tropiezo” a principios de los años noventa de forma extraoficial y sin autorización del Ayuntamiento de Colonia. Desde entonces, el proyecto de Demnig se ha convertido en lugar conmemorativo descentralizado más grande del mundo.

El tema del Holocausto y la guerra siempre ha ocupado a los berlineses. Nacido el 27 de octubre de 1947, pertenece a una generación que de joven tuvo que indagar sobre sus padres durante el régimen de Adolf Hitler. Cuando descubrió que durante la Segunda Guerra Mundial su padre sirvió en la división de artillería antiaérea, pasó cinco años sin cruzar una palabra con él.

El hombre que sigue los rastros

Para Deming, el arte siempre tuvo un significado político. Ya en sus primeras obras se dedicó a la insurrección: durante la guerra de Vietnam, izó en un garaje berlinés una bandera estadounidense en la que había sustituido las estrellas por cabezas de fallecidos. Esto le supuso tres horas de encarcelamiento, además de una enorme atención.

En repetidas ocasiones a principios de los ocheta, Demnig dejó un rastro de color rojo a través de las fronteras nacionales. Desde Kassel hasta París pintó una línea de color y entre Kassel y Londres dejó un rastro de sangre de animal. Un año después unió Kassel y Venecia con un hilo rojo. El objetivo era protestar contra las ferias masivas en la industria del arte. Un entorno que conocía bien, pues estudió artes liberales y pedagogía del arte en Kassel.

La idea de las "piedras de tropiezo le llegó mientras buscaba otro rastro. En la primavera de 1990 marcó en Colonia la ruta por la que los nazis transportaron a 1.000 romaníes y gitanos hasta un campo de exterminio. El proyecto lo llamó "Rastro de los recuerdos”. En aquella ocasión una mujer le dijo que allí no habían vivido nunca gitanos. Él no podía salir de su aumbro ante tal ignorancia. Entonces lo vio claro: "Tengo que hacer más”.

Un proyecto mamut

Desde entonces Gunter Demnig no casi nada más que seguir colocando Stolpersteine. Primero en Colonia y Berlín, luego en Polonia, Austria, Países Bajos, Francia, Ucrania, Hungría y otra media docena de países en los que los nazis deportaron y asesinaron a gente. Sobre todo recuperan la memoria de las víctimas judías, pero también de gitanos, romaníes, homosexuales y perseguidos políticos.

La información de las víctimas, cuyos nombres quiere perpetuar, la saca Demnig del Instituto para la Historia de los Judíos Alemanes, con sede en Hamburgo. También cuenta con el apoyo de una red de voluntarios, que se encarga de cuestiones como conseguir la autorización de los municipios.

Stolpersteine
Fotografía tomada en el centro de Greifswald (Mecklemburgo-Pomerania Occidental), donde dos de estas piedras conmemorativas fueron arrancadas.Imagen: picture-alliance/dpa/B.Wüsteneck

A menudo son los propios descendientes de las víctimas quienes piden una de estas piedras. Deming pide 120 euros por cada pieza. A las críticas de que se estaría enriqueciendo con la memoria, él responde que el dinero es para cubrir los costes materiales y jurídicos.

Sin final a la vista

Pero no a todos les parece bien su trabajo. A menudo estas piedras aparecen destrozadas, garabateadas o arracadas del pavimento. No obstante, siempre aparecen rápidamente donantes dispuestos a renovar los memoriales. Al miedo a que los neonazis puedan pisotear con sus botas militares el recuerdo de las víctimas. Demnig responde que así estarán más pulidas. Y añade: "Quien quiera leer las inscripciones de una piedra de tropiezo, deberá inclinarse ante las víctimas”.

Demnig cumple 70 años este 27 de octubre. No piensa en terminar con esto, pues el trabajo le satisface. Según sus propias declaraciones, ha sido el responsable de poner el 95% de estas "piedras de tropiezo”. De acuerdo con lo que dijo una vez al diario alemán FAZ: "Ningún artista que esculpa esculturas en su estudio vive lo que yo vivo”.

El futuro no le preocupa. Para el día en que físicamente ya no pueda seguir poniendo más piedras, Gunter Demnig tiene ya  todo previsto: habrá fundado una institución capaz de seguir adelante con su misión.

Autora: Suzanne Cords (EAL/CP)