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Coronavirus: el ser humano y la destrucción de la fauna

Charli Shield
14 de abril de 2020

La COVID-19 es el ejemplo más reciente de cómo la influencia humana, en áreas ricas en especies y hábitats de animales salvajes, está relacionada con la propagación de enfermedades infecciosas.

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Imagen: picture-alliance/dpa/I. Damanik

Cuando se produjo el brote del nuevo coronavirus en Wuhan, China, a fines de diciembre de 2019, poco después surgió la primera teoría conspirativa: el virus se desarrolló en un laboratorio cercano. Los científicos, sin embargo, coinciden en que el virus SARS-CoV-2 es producto de una zoonosis, una enfermedad transmitida de animales a humanos: lo más probable es que un murciélago infectara a otro mamífero y este al paciente cero.

Los humanos definitivamente juegan un papel decisivo en esta pandemia. La destrucción de hábitats naturales, la disminución de la biodiversidad y la alteración de los ecosistemas hacen que tales virus se propaguen. Así lo confirma un nuevo estudio exhaustivo realizado por científicos de Australia y Estados Unidos.

Desde la década de los 80 del siglo XX, los brotes infecciosos se han cuadruplicado. Un tercio procede de animales, como en el caso del Ébola, el VIH, la peste porcina y la gripe aviar.

El SARS-CoV-2, y la enfermedad COVID-19 causada por él, demuestran que, en este mundo tan globalizado, estos brotes se convierten rápidamente en pandemias. Mucha gente ha visto con estupor cómo se ha propagado la COVID-19 por todo el planeta. 

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Expertos e investigadores advierten desde hace mucho tiempo de que la destrucción de ecosistemas favorece la transmisión de virus de animales a personas, dice Joachim Spangenberg, ecólogo y vicepresidente del centro Sustainable Europe Research Institute: "Nosotros originamos esta situación, no los animales".

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El SARS-CoV-2 no procede de un laboratorio. El ser humano jugó un papel decisivo a la hora de que brotara esta pandemia. Imagen: AFP/N. Celis

Deforestación y destrucción de los hábitats

Los humanos continúan penetrando en el hábitat de los animales salvajes, talando bosques para criar ganado o cazar. Como resultado, las personas están cada vez más expuestas a los agentes patógenos que generalmente nunca abandonarían esos lugares. "Nos acercamos cada vez más a los animales salvajes", dice Yan Xiang, profesor de virología en el Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas, "y esto nos pone en contacto con esos virus".

"Con el aumento de la densidad poblacional humana y el impacto cada vez mayor en los hábitats naturales, no solo por los seres humanos sino también por nuestros animales de granja, aumentamos el riesgo de infección", dice David Hayman, de la Universidad de Massey en Nueva Zelanda, quien investiga sobre las enfermedades de transmisión y sus vías de contagio. La destrucción del ecosistema no solo aumenta la probabilidad de transmisión, sino también afecta a la cifra de virus que hay en la naturaleza y a su comportamiento.

En el siglo pasado, se destruyó aproximadamente la mitad de las selvas tropicales, en las que viven alrededor de dos tercios de todos los seres vivos del mundo. Esta grave pérdida de hábitat afecta a todo el ecosistema, incluyendo a las "infecciones", afirma Hayman.

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Después de la Amazonía, Canadá es el lugar donde más se deforesta.Imagen: picture-alliance/dpa/Global Warming Images/A. Cooper

Los científicos han observado que cuando los animales desaparecen en la parte superior de la cadena alimentaria, los animales en la parte inferior con más patógenos en su cuerpo, como las ratas y los ratones, tienden a ocupar ese espacio. "No se trata solo de cuántas especies hay en un ecosistema", asegura Alice Latinne, de la Wildlife Conservation Society, "sino también de qué tipos son".

"Cada especie juega un papel diferente en un ecosistema y, a veces, el simple hecho de reemplazar una especie por otra puede tener un gran impacto en el riesgo de que brote una enfermedad, lo que a veces no podemos predecir", aclara.

Los cambios en su hábitat pueden causar que los animales y sus patógenos se dirijan a zonas, donde viven los seres humanos, como sucedió en Malasia a finales de la década de los 90, cuando una especie de murciélagos, conocida como zorros voladores, buscaron otro hábitat por la tala de árboles, contagiando primero a los cerdos y estos a los campesinos. Esa enfermedad se conoce como el virus Nipah.

Es decir que hay evidencia científica de que la destrucción de los ecosistemas puede elevar mucho el riesgo de la propagación de enfermedades. Por eso, según Spangenberg, los expertos advierten de la relevancia del concepto "One Health": todo está relacionado entre sí, la salud de la fauna, el ecosistema y el ser humano. Si se produce un desequilibrio en alguno de estos tres componentes, el resto también se verá afectado.

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Entre agosto de 2018 y julio de 2019 se talaron casi 10.000 km2 de la Amazonía. Imagen: picture-alliance/dpa/G. Basso

Comercio con animales salvajes

Los llamados mercados mojados o al aire libre, donde se venden animales vivos o recién sacrificados, son otra fuente de infecciones. Los investigadores creen que el SARS-CoV-2 procede probablemente de un mercado así en Wuhan, China. 

Spangenberg opina que en el mundo debería haber medidas más estrictas para regular el comercio de animales vivos. 

Elizabeth Maruma Mrema va más allá y exige una prohibición mundial de mercados de animales salvajes. Ella, quien dirige en las Naciones Unidas, la Secretaría para la Convención de la Biodiversidad, afirma que millones de personas, especialmente en zonas de bajos ingresos, necesitan ese tipo de animales y el dinero que ganan en ese tipo de mercados. 

Incluso a nivel económico, Latinne cree que "nos veremos obligados a cambiar algo, porque el costo de la transmisión de enfermedades de animales salvajes será mucho mayor que los beneficios económicos de nuestra explotación medioambiental". Mrema además subraya que "tenemos que encontrar un camino mejor para vivir todos juntos de forma segura". (rmr/few)

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