Ese oscuro objeto del odio
5 de enero de 2007Son la pesadilla de todo automovilista que circule por calles y carreteras alemanas. Se esconden en un vehículo común y corriente que se encuentra estacionado a la orilla de la vialidad, o bien, se exhiben impúdicamente en la compañía de un oficial policiaco. Son los temibles radares que, con el brillo de sus rayos lumínicos, atrapan sin piedad a todo conductor que rebase los límites de velocidad establecidos.
Medio siglo del radar
En realidad, el uso de la tecnología para controlar la velocidad del tránsito no es nuevo. En 2007 se cumplen 50 años de que fuera lanzado a las carreteras, por primera vez, un artefacto capaz de medir el desenfrenado paso de los vehículos.
Se trataba, en aquel entonces, de una compleja estructura que no podía ser desmontada con facilidad. Por ello, muchas veces se le confundía con chatarra abandonada o con otro tipo de máquina. Esto dio lugar a muchas anécdotas que forman parte de picaresca alemana.
A ello contribuye también la naturaleza del aparato. Debido a su función, ha sido desde aquellos días un objeto odiado por una ciudadanía siempre inocente, correcta, e incapaz de cometer faltas de tránsito reprochables.
Respuesta contracultural
El desarrollo de la tecnología ha marchado a la par de toda una subcultura de desacato a los radares de tránsito. Así, en Alemania existe una página de internet dedicada -como algunas estaciones privadas de radio- a advertir a los ciudadanos más acelerados de los lugares donde se encontrarán con un radar. Se han conformado de este modo redes completas de conductores que indican a sus colegas la mejor manera de evadir a los radares y, finalmente, a la ley.
El tono de estos "luchadores libertarios" es conspiratorio, con ese misterio que debe evocar toda actividad clandestina. La página www.radarfalle.de desvela el complot universal: según ella, el Estado y las corporaciones policiacas "llevan a cabo millonarios negocios" con las multas que automáticamente envían los radares a personas que - ¡faltaba más!- nunca han cometido infracción alguna.
También se exhiben las artimañas que utiliza la policía para esconder los radares y evitar la acción de la "resistencia antirradares": simpáticos muñequitos tras los cuales se apertrecha un cruel oficial de la policía, postes de luz que no lo son, o barriles de protección que no guardan agua sino una insaciable sed de dinero de los contribuyentes.
La última moda
La última moda es la incorporación de detectores especiales -a través de plug ins- a los sistemas de navegación tipo GPS. Así, la amable voz del sistema no solamente nos indicará el camino a seguir, sino que nos protegerá de la perniciosa intromisión de la ley en la alocada carrera por llegar a tiempo.
Pero hay que hacer justicia; reconocer que la persistencia de los opositores a los radares es plenamente compensada por la infranqueable tenacidad con que los oficiales policiacos alemanes se han ocupado, a lo largo de medio siglo, por someter a todos y cada uno de los infractores.
Mientras haya una carretera habrá un radar. Y en tanto exista éste, habrá quien esté dispuesto a vencerlo a toda costa. ¿O acaso la canción Autobahn, del célebre grupo alemán Kraftwerk, no es una inolvidable oda a la velocidad?
Finalmente, pues, parecemos atestiguar una batalla de dos fuerzas universales e inevitables: la necesidad de control frente al deseo de transgresión. Es la historia de la Humanidad. El radar y sus detractores tienen, pues, una muy larga vida por delante.