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Empresas alemanas en Rusia, ¿colaboradoras de Putin?

Miodrag Soric
31 de marzo de 2022

Con cada día que pasa de la guerra en Ucrania, aumenta la presión sobre las empresas occidentales. Las empresas que siguen aferrándose a Putin tendrán que retirarse, opina Miodrag Soric.

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Bayer AG, Leverkusen, Alemania.
Imagen: picture-alliance/D. Kalker

Numerosas empresas occidentales ya han abandonado el mercado ruso debido a la agresión militar de Putin a Ucrania. Inversiones por valor de miles de millones, acumuladas durante 30 años, se han disuelto en la nada en unas pocas semanas. La Comisión de Relaciones Económicas con Europa del Este pide ayuda financiera para las empresas afectadas.

De concederse esa ayuda, solo estaría dirigida a aquellas empresas que hayan abandonado el mercado ruso de forma rápida y por completo. No debe haber ningún tipo de ayudas estatales para empresas como Ritter-Sport, Metro, Globus, Bayer, Henkel o Knauf, que siguen ganando dinero en Rusia. Con sus pagos de impuestos a Moscú, ayudan a financiar la mortífera guerra de Rusia en Ucrania, y se convierten en colaboradores de ese conflicto. Al igual que las empresas francesas Leroy Merlin, Total o Auchan.

La presión económica sobre Rusia no es en vano

Todas esas empresas se aferran al Kremlin, a menudo con explicaciones endebles, como cuando señalan su responsabilidad sobre sus empleados rusos: ellos no tienen la culpa del derramamiento de sangre. Cabe entonces preguntar: ¿se refieren a los empleados que, al menos en gran parte, votaron por el régimen de Putin? ¿O a los rusos que apoyan la supuesta "operación especial"? La propaganda estatal no puede alegarse como excusa para todo, porque una buena parte de la población rusa apoya realmente a Putin. 

Las empresas que siguen participando en Rusia se enfrentan a un dilema moral: seguir obteniendo beneficios y asegurar así el futuro económico de la empresa, o aceptar pérdidas y poner en peligro los puestos de trabajo. Pero cualquiera que mire a los ojos de las madres moribundas de Mariúpol, o a los cientos de miles de niños desesperados que huyen, debería darse cuenta rápidamente de lo que hay que hacer: la presión económica sobre Rusia tiene su razón de ser, y esta es acabar con la masacre en Ucrania. Valores como la humanidad o el respeto a la vida no pueden ser gratuitos.

Miodrag Soric, de DW.
Miodrag Soric, de DW.

Las empresas occidentales que quieren permanecer en Rusia también tienen una responsabilidad con sus empleados en Alemania y en la Unión Europea. Después de todo, ¿quién quiere trabajar para una empresa que hace negocios con criminales de guerra? Por eso, tarde o temprano, todas las empresas occidentales abandonarán Rusia. Los llamamientos en Occidente para boicotear a esas mismas empresas ni siquiera han comenzado. Pero los preparativos llevan mucho tiempo en marcha. Además, el mismo aparato gubernamental de Moscú, con sus "contrasanciones", se encarga de que las empresas occidentales no tengan futuro en Rusia. Los beneficios de las empresas ya no pueden exportarse en divisas. ¿Y quién necesita rublos desvalorizados?

Aprender de los errores históricos de otros

Al final, también está claro que un alto el fuego, por ejemplo, empeorará aún más las condiciones económicas: para sobrevivir, Putin debe volver a la economía planificada, al control total de la vida política, económica y cultural. Esto, al igual que en la antigua URSS, favorecerá a las empresas nacionales. Rusia, que vive de la exportación de materias primas, terminará como la gasolinera barata de China. Pekín explotará el imperio de Putin sin freno; un proceso que puede durar décadas.

Mientras tanto, hay pocas esperanzas de que los rusos se deshagan de algún modo de este régimen. Quien crea eso es ingenuo, y nunca ha vivido en Rusia. La mayoría de la población se recogerá -como en la época soviética- a la vida privada, o emigrará. Mientras cada familia tenga una dacha, nadie pasará hambre entre Kaliningrado y Vladivostok.

El sueño de Putin del regreso de la Unión Soviética podría convertirse en realidad durante algunos años. Y las empresas occidentales no deben ayudar a hacer realidad ese sueño. Más bien, deberían aprender a tiempo de los errores históricos de otros: en 1938, IBM o Ford seguían haciendo negocios con la dictadura nazi en Alemania. Más tarde, se vieron en graves problemas para explicarlo.

(jov/cp)