El servicio de inteligencia alemán pasó mucho tiempo sin sospechar del trasfondo político de los asesinatos. En su lugar, los atribuían a conflictos étnicos o al crimen organizado. Estas recriminaciones, unidas al dolor por las pérdidas, supusieron un duro golpe y una humillación para los familiares de las víctimas.
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Como en el caso de la familia de Halit Yozgat, presuntamente asesinado por terroristas de la NSU en Kassel.