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Rusia sigue viviendo bajo las sombras de la guerra chechena

Konstantin Eggert
30 de septiembre de 2019

Cuando Rusia invadió Chechenia hace 20 años, el Kremlin esperaba una rápida victoria. Pero las secuelas de esa guerra siguen persiguiendo a Rusia y a Vladimir Putin hasta el día de hoy, dice Konstantin Eggert.

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Rebeldes chechenos durante la Segunda Guerra Chechena.
Rebeldes chechenos durante la Segunda Guerra Chechena.Imagen: Getty Images/AFP/Stringer

El 30 de septiembre de 1999, los tanques rusos entraron en Chechenia, por segunda vez en cinco años. Este fue el comienzo de lo que ahora se llama la Segunda Guerra Chechena. La primera tuvo lugar de 1994 hasta 1996 y terminó con un tratado de paz firmado por el entonces presidente Boris Yeltsin y el líder checheno, el excoronel soviético Aslán Másjadov.

La antigua república autónoma soviética se convirtió de facto en una entidad semi-independiente, dirigida por un grupo de jefes militares. La región permaneció bajo la soberanía rusa, pero en realidad se dejó a su suerte. La mayoría de los rusos, con razón, evaluaron este hecho como una derrota humillante para su estado. 

Konstantin von Eggert, periodista ruso.
Konstantin von Eggert, periodista ruso.

La "pequeña victoria de guerra"

En agosto de 1999, Vladimir Putin, se convirtió en el nuevo primer ministro de Rusia y sucesor elegido de Yeltsin. Joven y enérgico, inmediatamente comenzó a hablar con dureza sobre Chechenia, especialmente después de que una serie de misteriosas explosiones azotaran unos bloques de apartamentos en Moscú y la ciudad de Volgodonsk en septiembre. La seguridad a toda costa y la "erradicación del terrorismo" se convirtieron en las principales prioridades para los rusos. Cuando el Ejército ruso comenzó a moverse en Grozni, la capital chechena, la gente sabía que no era tanto el enfermo Yeltsin quien estaba detrás de esta ofensiva, sino Putin. Un año después se convirtió en presidente.

Oficialmente, la guerra se llamó "operación antiterrorista". Se suponía que esta debía ser breve y victoriosa, sobre todo porque el principal líder de las fuerzas chechenas y el gran muftí de la república, Ajmat Kadýrov, cambiaron de bando y acordaron un acuerdo con el Kremlin.

Kadýrov murió por la explosión de una bomba en 2004. Su hijo Ramzán, el líder musulmán más poderoso de Rusia, dirige desde entonces el antiguo territorio rebelde como feudo personal.

Hace 20 años, en esos tiempos tumultuosos, los rusos intercambiaron sus libertades recién ganadas por las aparentes seguridades ofrecidas por el autoritarismo de Putin. Y, ¿quién podría culparlos? A raíz del colapso de la Unión Soviética, la economía se derrumbó y las redes de seguridad social se volvieron cada vez más porosas. Cuando Putin prometió en 1999 "seguir a los terroristas a todas partes", inmediatamente atrajo a decenas de millones de personas que ansiaban un líder fuerte para restablecer la autoestima del país "y las propias" también. Pero ahora deben vivir con las consecuencias.

Silencio sobre Chechenia

La ciudad de Grozni está irreconocible teniendo en cuenta el caos que reinaba hace 20 años, con rascacielos de acero y vidrio y automóviles brillantes por todas partes. Sin embargo, más del 80% de las arcas de Chechenia consta de subsidios directos del presupuesto federal.

Para muchos, este es el precio que Moscú ha tenido que pagar por su "acuerdo de paz" con Kadýrov. Los rumores sobre corrupción persisten en la república, pero no hay ningún lugar para debatirlo abiertamente. El estado de seguridad de Putin, nacido de la guerra hace 20 años, controla las elecciones a todos los niveles. No hay parlamentarios independientes que inicien investigaciones sobre abusos contra los derechos humanos en Chechenia y su opaco presupuesto. No hay líderes regionales independientes que exijan al Kremlin que expliquen por qué sus impuestos se gastan en otros lugares: los gobernadores de las 80 regiones de Rusia son, de hecho, nombrados por Putin como resultado de las leyes de seguridad aprobadas en 2004.

Los tribunales también están bajo el control del régimen y, en cualquier caso, habría pocos fiscales y jueces que perseguirían a Kadýrov: los que son considerados enemigos, tienden a desaparecer o morir en circunstancias extrañas, como la periodista de investigación Anna Politkovskaya, asesinada en 2006, o la defensora de los derechos humanos Natalia Estemirova, asesinada en 2009. Las acusaciones de que la ley islámica se practica extraoficialmente en Chechenia son abundantes, pero ¿quién se atrevería a investigar este asunto?

Todavía quedan algunos valientes medios de investigación, como el periódico "Novaya Gazeta". En 2017, reveló detalles de abuso y tortura de gays bajo el gobierno de Kadyrov. Sin embargo, ¿de qué sirven estas investigaciones si no hay nadie con autoridad que de más pasos?

Chechenia sigue siendo, en muchos sentidos, un lugar aparte del resto de Rusia, un tema que ni el Kremlin ni la oposición dispersa y débil de Rusia quieren abordar. Si la democracia regresara al país algún día, sería uno de los legados más difíciles e incluso dolorosos con los que los sucesores de Putin tendrán que lidiar, sobre todo para evitar otra guerra.

Entretanto, Rusia y el propio Putin están destinados a vivir bajo la sombra de la guerra que muchos pensaron que solucionaría el "problema checheno".

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