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Madres de víctimas de Colonia Dignidad: “Seguimos luchando”

Victoria Dannemann
17 de noviembre de 2021

Por sus hijos fueron capaces de enfrentar a una poderosa organización y lograr que su líder terminara preso. Tres madres de niños chilenos abusados en Colonia Dignidad cuentan su historia a DW.

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Chile Villa Baviera Colonia Dignidad
Imagen: Getty Images/AFP/C. Reyes

A pesar de pertenecer a familias humildes de una zona rural del sur de Chile, sin contactos ni poder, fueron ellas las que consiguieron lo que los gobiernos de Chile y Alemania no habían logrado. Las madres de los niños chilenos abusados y secuestrados en la década de 1990 por el líder de Colonia Dignidad, desafiaron una poderosa red criminal y con sus denuncias ayudaron también a liberar a muchas otras víctimas.

Sus historias son muy parecidas. Vivían en las cercanías del asentamiento alemán, tenían hijos en edad escolar y necesitaban apoyo. En la colonia encontraron beneficios inimaginables: un hospital de primera calidad, una escuela-internado, actividades deportivas y recreativas, todo gratuito. La fachada de una obra benéfica era el mecanismo de Paul Schäfer, el líder de la secta instalada en Chile en 1961, para atraer niños para seguir abusando.

"Íbamos al médico allá y era todo excelente, mejor que los hospitales chilenos. Después empezaron a llevar niños para que fueran a distraerse y jugar”, relata Verónica Fuentes. "Formaron un internado para que fueran a estudiar y a veces se quedaban los fines de semana”, recuerda.

"Salían buses buscando niños y se iban llenos a la colonia. A veces mi hijo no iba y venían a buscarlo especialmente en auto. Contaba que era bonito y le gustaba ir porque lo pasaba bien. Muchas mamás trabajábamos allá recolectando fruta”, cuenta Mercedes Valenzuela.

Su hijo Ángelo, de 11 años, enfermó y lo dejaron hospitalizado. "Un mes después lo vine a buscar y me lo negaron. Al final cuando me lo presentaron, él no quiso venir conmigo”. Ella había dado a luz a otro hijo, el menor, en la colonia. También lo habían dejado hospitalizado, supuestamente por razones de salud, y se lo entregaron con más de un año de vida. Más tarde también comenzó a ir a las actividades, pero no estuvo interno.

En el caso de Verónica, también uno de sus hijos tenía miedo, lloraba y no quiso ir más con los alemanes. "Nunca lo tomamos en cuenta, era todo tan bueno que nunca nos imaginamos lo que pasaba”, dice. Pero otro de sus hijos, Rodrigo, quedó interno.

Verónica Fuentes
Verónica Fuentes.Imagen: Privat

"Pasado un tiempo ya no lo trajeron más a casa y nos preocupamos. Cuando lo íbamos a buscar nos engañaban, decían que andaba fuera. Pasó un año y había que ir a trabajar a la colonia para poder verlo. En todos los internados chilenos los niños salen los fines de semana, pero ellos no volvieron más”. Había firmado un documento para autorizar que Rodrigo estuviera interno, pero podría haber servido para darlo en adopción: "Como persona de campo, nunca imaginé lo que pasaba”.

En la misma época, Cristóbal, el hijo mayor de Jaqueline Pacheco, entró al internado. Tenía 11 años. "Aprendió alemán y su caligrafía era impecable. Llevaba seis meses y los hermanos, que iban los fines de semana, me dijeron que no los dejaban saludarlo. Yo fui y pude conversar con él, pero con una persona al lado, no podía decir nada”. Con un vecino, Cristóbal logró enviar una nota a su madre pidiendo ayuda. "Decía "sácame de aquí porque el hombre abusa de mí”. Me dio mucha rabia, mucha impotencia”, cuenta Jaqueline.

Denuncias, secuestros y amenazas

Jaqueline se plantó en la colonia hasta que logró, después de mucho insistir, que le entregaran a su hijo. Un médico certificó los abusos y con estos antecedentes presentó la primera denuncia en 1996. Al principio, debió enfrentar las críticas de la comunidad y los defensores de la colonia, que ya era conocida como Villa Baviera. Incluso de algunas madres que no sospechaban que sus hijos eran abusados.

Jaqueline Pacheco
Jaqueline Pacheco.Imagen: Privat

Comprobó que no podía confiar en algunas autoridades y policías locales, que también pertenecían al círculo de amistad y protección de los colonos. Con cautela, contactó a una unidad de la Policía de Investigaciones (PDI) de Santiago y al abogado Hernán Fernández, quien se convertiría en el representante de todos los niños y familias que también interpusieron denuncias.

A Verónica le dijeron que le habían entregado el niño a su padre, de quien ella estaba separada, cuando en realidad le pagaron a éste para sostener esa versión, mientras escondían al niño en diferentes ciudades de Chile, por más de un año. Incluso intentaron sacarlo del país. Cuando lo encontraron, tenía secuelas del abuso, los fármacos y el cautiverio. "Estaba bloqueado, decía que no me conocía”, dice la madre.

"Trataron de lavarles el cerebro. Los niños quedaron muy dañados”, agrega Mercedes. Además de sufrir abusos, fueron medicados con psicofármacos, golpeados y amenazados, en un régimen de férreo control.

El valor de las madres

Todavía se conmueven al recordar ese tiempo. Mercedes, entre lágrimas, relata: "A mi hijo lo secuestraron y escondieron en otra ciudad. Le dictaban cartas en que decía que se había ido lejos, que los tíos no tenían nada que ver. Que yo era una mala madre y que si no retiraba la denuncia se iba a quitar la vida”.

Los dirigentes de Villa Baviera siempre negaron que tuvieran a su hijo, pero después de tres meses lo llevaron al juzgado en una maniobra que incluía un plan de escape y secuestro, que la policía logró impedir. "El lloraba, gritaba y me miraba con odio. Decía que yo no era su mamá. Tenían amenazados a los niños, que si no los dejábamos tranquilos nos iban a matar”, señala Mercedes.

Todas sufrieron persecuciones y amedrentamientos en sus casas o trabajos. Algunos colonos vigilaban y seguían a los niños y amenazaban a sus familias. "Nos perseguían, iban a mirar cuando salían del colegio, me mandaban mensajes con un matrimonio chileno, que si seguía insistiendo en recuperar a Ángelo me iba a pasar algo malo o me iban a quemar la casa”, dice Mercedes.

También intentaron acallar a Jacqueline: "A mis papás los molestaban mucho, con las avionetas pasaban volando muy bajo. Mi mamá estuvo muy enferma y llegaron a interrogarla. Les ofrecieron 100 millones de pesos por dejar las denuncias”.

"Nos echaban los vehículos encima y nos gritaban. Fue mucho el sufrimiento, todavía es muy triste y doloroso. Y al final, perdí a mi hijo”, dice Verónica. Rodrigo murió de cáncer dos años después de ser liberado. Su madre continúa hoy la lucha por él.

Tras la primera orden de detención dictada por el Juez Jorge Norambuena, Schäfer se escondió y huyó a Argentina, lo que trajo un proceso de apertura en Villa Baviera. Fue detenido en 2005, condenado en Chile por varios delitos y murió en prisión en 2010. "Algunos cómplices estuvieron presos un corto tiempo y ahora están libres. No fue solo Schäfer, afuera había gente que lo apoyaba. Y adentro hay varios culpables, que venían a buscar a los niños y sabían todo”, apunta Mercedes.

"Nunca me quebré, siempre tuve energía para luchar por mis hijos. Han pasado más de 25 años y todavía estamos luchando”, dice Jaqueline. Los niños hoy son adultos y siguen esperando la indemnización que, en 2013, la Corte Suprema confirmó que debía pagar Villa Baviera a las víctimas.

"Nunca tuve miedo, pero es como una burla que esta red tan potente no se haya podido echar abajo. Tenemos a Hernán Larraín de ministro de justicia, que era amigo de los alemanes. Quizás vamos a morir, como ya han muertos varios, y todavía va a haber impunidad”, advierte Verónica. "Gracias a nuestro valor se descubrió todo. Nos habrían podido matar, pero yo iba a pelear por mi hijo hasta el final. Y después de todo lo que pasamos, nunca se nos reconoció nada”, concluye Mercedes.

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