1. Ir al contenido
  2. Ir al menú principal
  3. Ir a más sitios de DW

Hipocresía en el cierre de la reunión del FMI y el Banco Mundial

12 de octubre de 2010

Las turbulencias monetarias y conflictos por el curso de divisas caracterizaron la última reunión del Fondo Monetario Internacional, pero las propuestas fueron superficiales y parcializadas, opina Rolf Wenkel.

https://p.dw.com/p/PcSD

Los temas centrales de la asamblea del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en Washington deberían haber sido el desarrollo de la economía mundial luego de la recesión global, la regulación y control de los mercados financieros, la reducción de los déficits fiscales y de los desequilibrios comerciales a nivel global. Pero el miedo a una posible “guerra de divisas” desplazó casi todo a un segundo plano.

El encuentro anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial en Washington ha producido dos supuestos vencedores por puntos. El ministro de Finanzas estadounidense, Timothy Geithner, parece haber logrado presentar la política monetaria china como única causante de las desigualdades globales y de las turbulencias en los tipos de cambio. Y el jefe del FMI, Dominique Strauss-Kahn, pudo ponerse en escena a sí mismo y al organismo que representa como salvadores del sistema monetario internacional. Algunos periódicos franceses ya escriben que Strauss-Kahn podría, si quisiera, remplazar a Nicolas Sarkozy y ser el próximo presidente francés.

Pero, como sucede en las victorias por puntos, no lograron convencer a todos los observadores. Porque ni China es el único causante de los desequilibrios globales y de las turbulencias monetarias, ni los bomberos internacionales del FMI han sido automáticamente llamados a organizar un nuevo orden monetario mundial.

Una dotación de bomberos está para combatir incendios. Pero las reglas y las leyes de protección ante siniestros las tienen que crear otros organismos. Por ejemplo, los 20 países industrializados y en vías de desarrollo cuyos representantes se reunirán en este próximo noviembre de 2010 en Corea del Sur.

Tres años después del estallido de la crisis económico-financiera global, en Washington aún pueden palparse sus consecuencias, esta vez en el frente monetario. Si bien se han podido suavizar relativamente las consecuencias de la crisis y poner coto a la fase de recesión global, gracias al trabajo conjunto ejemplar del G20 y de sus resoluciones de Londres, Pittsburgh y Toronto, recién ahora se decanta cuán alto es el precio que deben pagar los gobiernos: hay amenaza de una recaída en las jugadas nacionales individuales y en el proteccionismo. La expresión “guerra de divisas” circula en boca de todos.

Y eso no es mera casualidad. Casi siempre, las crisis financieras conducen irremediablemente a crisis fiscales de los Estados. Ya que las altas cuotas de desempleo, los paquetes de rescate y los programas coyunturales hacen explotar la deuda pública. Como medida para paliar el déficit, los estados se imponen drásticas medidas de ahorro, lo cual termina estrangulando la demanda y hace crecer el peligro de una nueva recesión. Los bancos emisores mantienen sus tasas de interés en cero o casi en cero y el capital busca lugares con mayores tasas. Y esos lugares son los países en vías de desarrollo, que crecen dos o tres veces más rápido que los países industrializados. Entonces, esos países son celebrados por el FMI como los nuevos motores del crecimiento global.

Pero las nuevas estrellas no se sienten realmente felices en ese rol, ya que registran, en parte, un flujo masivo de capitales, lo cual presiona a sus divisas a un aumento de su valor nominal. Brasil tuvo que accionar, hace poco, el freno de emergencia. Introdujo controles de circulación de capital y aumentó el impuesto al flujo de capital extranjero. Otros países están a punto de seguir este ejemplo. Pero el malestar crece, y no sólo en los países en vías de desarrollo. En septiembre, Japón intentó, por primera vez en años, detener el alza del yen con compras masivas de dólares en el mercado de divisas. Y el euro, cuya muerte había sido pronosticada por muchos, aumentó tanto frente al dólar que el jefe del Eurogrupo, Jean-Claude-Juncker, habló en Washington de una moneda comunitaria “sobrevaluada”.

Todos estos son indicios de una única enfermedad: el dólar se devalúa frente al resto del mundo. Cada vez menos inversionistas parecen estar convencidos de que los EE.UU. estarán en condiciones de pagar la cuenta por sus décadas de consumo en base al préstamo. Sólo China trata, por medios dirigistas, de evitar una revalorización del yuan. Y no para hacer de chivo expiatorio. Es que no considera que haya llegado el momento de una revaluación. Todos los programas estatales de China sirven a un solo fin: el desarrollo de una vasta clase media con gran poder adquisitivo, el refuerzo de la demanda interna, para no seguir siendo exclusivamente dependiente de la exportación. Pero eso no se logra en un día. Si mañana se liberase el yuan, el dólar probablemente se devaluaría de un 10 a un 40 por ciento frente a la moneda china.

Y que, con ello, las reservas de divisas de China disminuirían su valor en un 40 por ciento sería el problema menor. Lo peor es que miles de empresas de exportación se declararían en quiebra y millones de personas caerían en el desempleo. Si el gobierno quiere evitar conflictos sociales, no puede permitirlo. China quiere revaluar su divisa y la revaluará. Pero no permite que nadie le dicte a qué velocidad y en qué medida. Y mucho menos un ministro de economía estadounidense, que observa con calma cómo se quejan los brasileros, los japoneses y los europeos de la fuerza de sus respectivas monedas. Visto de ese modo, las advertencias de una carrera mundial por la devaluación suenan hipócritas. Sobre todo, si vienen de EE.UU.

Autor: Rolf Wenkel/ Cristina Papaleo
Editor: José Ospina Valencia