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El polvorín afgano

5 de septiembre de 2002

Mientras en Occidente prosigue la polémica en torno a Irak, el atentado que estremeció a Kabul, dejando numerosos muertos, evidencia la fragilidad de la situación en Afganistán, cuyo presidente salvó ileso de un ataque.

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El presidente afgano, Hamid Karzai, en Kandahar, poco antes de ser blanco de un fallido atentado.Imagen: AP

La presencia de más de 5000 soldados de las fuerzas internacionales no ha bastado para pacificar a fondo a la capital afgana, que este jueves fue escenario del peor atentado desde el derrocamiento del régimen talibán. El hecho coincidió, además, con un frustrado intento de asesinato del presidente Hamid Karsai, garante de una política moderada y pro-occidental. No son los primeros episodios de violencia que sacuden al país en los últimos tiempos, pero sí los más estremecedores y sintomáticos, en estos días en que se acerca el primer aniversario del 11 de septiembre.

¿Nueva alianza fundamentalista?

Aunque la complejidad de la situación dificulta adjudicar responsabilidades, el portavoz de la policía afgana no dudó en atribuir las bombas de los días pasados a la red Al Qaeda y a las fuerzas del caudillo fundamentalista Gulbuddin Hekmatyar. Ya sea que se confirmen o no las sospechas con respecto a este nuevo caso, particularmente sangriento, lo cierto es que ya en la víspera el comandante del 3. Cuerpo del Ejército afgano, Mohamed Ismail, había manifestado el temor de que pudiera fraguarse una nueva alianza entre Hekmatyar, Osama Bin Laden y los talibanes.

La tesis no resulta en realidad nada absurda, teniendo en cuenta que este guerrero, famoso por su enconada resistencia a las tropas soviéticas en la década del 80, ha cambiado de bando en más de una ocasión y tiene indudable afinidad ideológica con el más férreo integrismo islámico. De hecho, Hekmatyar acababa de lanzar una exhortación a luchar contra Estados Unidos, acusando a ese país y sus aliados de ser una potencia de ocupación, como lo fue en su día la Unión Soviética.

Rechazo a un nuevo frente

Todo ello da una idea del potencial explosivo y la precaria estabilidad afgana, en momentos en que Estados Unidos se empeña en querer abrir un nuevo frente en su cruzada internacional contra el terrorismo, para preocupación de muchos europeos. El gobierno alemán ha prevenido, desde ya, de las graves consecuencias que acarrearía un ataque contra Bagdad para la región, advirtiendo que podría minar la cohesión de la alianza internacional contra el terrorismo.

En una entrevista concedida al New York Times, el canciller Gerhard Schröder senaló que sus reparos son tan profundos, que no apoyaría una intervención en Irak ni siquiera si ésta fuera respaldada por la ONU. Junto con negar una falta de solidaridad hacia Washington, puntualizó que los amigos no están obligados a coincidir en todo. Por lo demás, refutó categóricamente que su actitud obedezca a consideraciones electoralistas. Y, de seguro, hay más que eso en juego: la preocupación por estabilidad de una zona que sigue siendo una bomba de tiempo sin desactivar, como lo demostró este jueves el sangriento atentado de Kabul.