En las panaderías, los argentinos suelen comprar sus "facturas” por docena. Pero esa no es la única curiosidad: a finales del siglo XIX, un sindicato de panaderos anarquistas bautizó las facturas con nombres que se burlaban de instituciones como la iglesia y las fuerzas militares. Aún hoy los nombres persisten: bolas de fraile, suspiros de monja, vigilantes y cañoncitos.