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Declaraciones del director Jörg Seibold

22 de agosto de 2016

La cuestión que nos ocupa me interesa desde hace tiempo: ¿por qué actuamos de la forma en que actuamos, ya sean las personas del ámbito público, las personas de mi entorno o yo mismo?

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Imagen: DW

Por ejemplo: ¿por qué consumo cosas que en realidad no necesito? ¿Por qué prefiero ignorar las consecuencias del consumo irreflexivo, que al final recaerán en nosotros mismos y en nuestros hijos? ¿Por qué a veces miro a los otros comparándome con ellos y permito que me surjan nuevas necesidades? Y, finalmente: ¿por qué parece tan importante “representar algo”, ya sea mediante la posesión, el estatus, el reconocimiento...

Soy consciente de que la cuestión de la naturaleza humana es uno de esos grandes temas sobre el que ya reflexionaron muchos antes que yo; pero muchas son también las respuestas.

En una época en la que la locura humana está aumentando dramáticamente, creo que tal vez merezca la pena no sólo cuestionar la demencia global – terrorismo, fanatismo religioso, políticos con delirios de grandeza, guerras sin sentido, brutal destrucción del medioambiente, crisis financieras y capitalismo depredador, crisis de refugiados e incluso la destrucción de los propios fundamentos vitales debido al calentamiento global de nuestro planeta...

Mucho más sencillo es cuestionarse a sí mismo, por ejemplo con la simple pregunta: ¿qué es lo que verdaderamente hace que me sienta satisfecho? ¿Cuándo me siento realmente en armonía conmigo mismo y con los demás? ¿Y qué es lo que desde fuera me hacen creer que necesito, que tengo que tener, que me hará feliz?

Creo que en muchas situaciones de la vida no nos damos cuenta de hasta qué punto estamos condicionados; de cómo la manipulación, los impulsos y reflejos nos hacen actuar de una forma que, al menos aparentemente, nos proporciona seguridad y estabilidad.

Sospecho desde hace tiempo que nuestra insatisfacción podría tener algo que ver con la sensación constante de querer algo, con el sentimiento de que somos demasiado poco, con el ansia de tener más. De estas reflexiones surgió la idea de buscar algunas respuestas en el marco de un documental.

Conocer a los protagonistas, en especial a Sheldon Solomon, me ha impesionado y, en muchos sentidos, me ha abierto los ojos - sobre todo sus reflexiones sobre el pensamiento de Ernest Becker, punto de partida para su “Teoría de la gestión del terror”. Sumergirme en mundos tan dispares como el del exbanquero Rudolf Elmer, el del empresario Philip Chiyangwa, el de la maestra budista Jetsün Khandro Rinpoche o el del chamán Angaangaq en el hielo de Groenlandia me dio una visión de conjunto que confirmó mi corazonada sobre dónde se encuentra “la buena vida”.

No se trata ni de desenmascarar ni de idealizar a los protagonistas, y tampoco de “convertir” a los espectadores. Los mensajes de Khandro Rinpoche y Angaangaq son simples y, al mismo tiempo, nos retan: “Las respuestas están en uno mismo, en nuestro interior más profundo”.

Solo puedo decir que me alegro de haber iniciado esta búsqueda. Y respondiendo a la pregunta de una colega sobre si ahora soy otra persona: sí, la película me ha cambiado.