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Hallan cerebros humanos que resisten la descomposición

20 de marzo de 2024

¿Un enigma de la naturaleza? Un estudio de la Universidad de Oxford ha revelado contra todo pronóstico que el cerebro humano puede ser extraordinariamente resistente a la descomposición.

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Cerebro de 1.000 años de antigüedad de un individuo excavado en el cementerio de la iglesia de Sint-Maartenskerk (Ypres, Bélgica), hacia el siglo X. Los pliegues del tejido, aún blandos y húmedos, están teñidos de naranja con óxidos de hierro.
Cerebro de 1.000 años de antigüedad de un individuo excavado en el cementerio de la iglesia de Sint-Maartenskerk (Ypres, Bélgica), hacia el siglo X. Los pliegues del tejido, aún blandos y húmedos, están teñidos de naranja con óxidos de hierro. Imagen: Alexandra L. Morton-Hayward

En el fascinante mundo de la paleobiología, es raro tropezarse con tejidos blandos que hayan resistido el paso implacable del tiempo, y más insólito aún es hallar órganos completos a menos que intervengan métodos de preservación como el embalsamamiento o la criopreservación. Sin embargo, un descubrimiento reciente arroja luz sobre una excepción notable: el cerebro humano. 

Un estudio pionero llevado a cabo por el equipo de Alexandra Morton-Hayward, de la Universidad de Oxford, ha sacudido el campo de la paleobiología al revelar que el cerebro humano podría ser un verdadero superviviente en la lucha contra la descomposición.

Fragmentos de cerebro de un individuo enterrado en un cementerio victoriano (Bristol, Reino Unido) hace unos 200 años. Ningún otro tejido blando sobrevivió entre los huesos, que fueron dragados de la tumba fuertemente anegada.
Fragmentos de cerebro de un individuo enterrado en un cementerio victoriano (Bristol, Reino Unido) hace unos 200 años. Ningún otro tejido blando sobrevivió entre los huesos, que fueron dragados de la tumba fuertemente anegada. Imagen: Alexandra L. Morton-Hayward

La investigación, publicada en la revista Proceedings of the Royal Society B, ha compilado un impresionante catálogo de más de 4.400 cerebros humanos conservados. Estos ejemplares, provenientes de más de 200 fuentes distintas y datando de hasta 12.000 años atrás, constituyen el análisis más exhaustivo de cerebros antiguos realizado hasta la fecha. 

El hallazgo sugiere que, contrariamente a lo que se pensaba, el cerebro humano puede resistir la descomposición mucho tiempo después de que el resto del cuerpo haya sucumbido a ella.

"En el ámbito forense, es bien sabido que el cerebro es uno de los primeros órganos que se descomponen tras la muerte, pero este enorme archivo demuestra claramente que hay determinadas circunstancias en las que sobrevive", comenta la paleobióloga Alexandra Morton-Hayward. 

Erin Saupe, coautora del estudio y también miembro del Departamento de Ciencias de la Tierra de Oxford, añade que el hallazgo resalta la diversidad de entornos en los que se pueden conservar los cerebros, "desde el frío extremo del Ártico hasta los desiertos más áridos".

Alexandra Morton-Hayward, antropóloga forense y doctoranda de la Universidad de Oxford, muestra los pliegues neurales conservados de un cerebro de 1.000 años de antigüedad.
Alexandra Morton-Hayward, antropóloga forense y doctoranda de la Universidad de Oxford, muestra los pliegues neurales conservados de un cerebro de 1.000 años de antigüedad.Imagen: Graham Poulter

Desconcertante variedad de yacimientos arqueológicos

Así, esta investigación reveló una desconcertante variedad de yacimientos arqueológicos que contenían antiguos cerebros humanos, como las orillas de un lago en la Suecia de la Edad de Piedra, las minas de sal de Irán en torno al 500 a.C. e incluso las alturas de los Andes durante el apogeo del Imperio Inca. La investigación también ha identificado patrones en las condiciones ambientales que favorecen distintos métodos de conservación, como la deshidratación, la congelación, la saponificación y el curtido.

Resultó particularmente intrigante que, en más de 1.300 casos, el cerebro fuera el único tejido blando preservado, lo que plantea preguntas sobre las condiciones únicas que permiten esta singular resistencia. Morton-Hayward señala que la investigación futura se centrará en entender si este fenómeno se debe a factores ambientales o a la bioquímica particular del cerebro.

Cerebro entero y reducido de un individuo enterrado en la Primera Iglesia Bautista de Filadelfia (Pensilvania, EE.UU.), fundada en 1698. Se excavaron más de 40 cerebros en este cementerio, inundado tras una devastadora epidemia de fiebre amarilla a finales del siglo XVIII.
Cerebro entero y reducido de un individuo enterrado en la Primera Iglesia Bautista de Filadelfia (Pensilvania, EE.UU.), fundada en 1698. Se excavaron más de 40 cerebros en este cementerio, inundado tras una devastadora epidemia de fiebre amarilla a finales del siglo XVIII. Imagen: Alexandra L. Morton-Hayward

¿Tienen cerebros un mecanismo de conservación?

Aun así, el estudio de los cerebros, que se han encontrado en contextos tan variados como fosas comunes, tumbas, restos de naufragios y cabezas decapitadas, sugiere que puede existir un mecanismo de conservación de tejidos blandos específico del sistema nervioso central. La hipótesis de que las moléculas cerebrales interactúan con elementos ambientales, como ciertos metales, abriendo la puerta a la formación de macromoléculas polimerizadas estables, abre nuevas vías de investigación sobre este intrigante fenómeno.

El equipo de investigación se propone profundizar en el estudio de este intrigante fenómeno para desentrañar los misterios de cómo se produce. Aunque los hallazgos actuales han sido reveladores, todavía nos encontramos en las etapas iniciales de comprensión de todo lo que estos descubrimientos tienen para ofrecernos.

Felipe Espinosa Wang con información de Universidad de Oxford y Proc. R. Soc.