Siempre ha habido bebés, y siempre se ha necesitado saber cómo están antes de nacer y después de haber llegado al mundo. Esa es la forma en que Grusche Nothdurft justifica la necesidad de su oficio.
En muchos países, sobre todo en América Latina, se privilegia la presencia de los doctores, de los hospitales y del equipo médico moderno. Las cesáreas están a la orden del día. Solo en Alemania parece sobrevivir este oficio naturalista.
Las matronas trabajan con sus manos. Sienten a los bebés. Saben en qué estado están antes de nacer. No necesitan siquiera de estetoscopios tradicionales para escuchar los latidos del corazón, sino que lo hacen con un viejo aparato llamado pinard o estetoscopio fetal.
"En francés una matrona se llama 'sage-femme', la mujer sabia", dice Grusche. La base de su trabajo es saber escuchar lo mejor posible el cuerpo de las embarazadas y guiarlas a ellas para entender mejor su propio cuerpo. "Hay que confiar en el cuerpo", dice.
Ella trabaja en el popular barrio berlinés de Kreuzberg, donde cada vez más gente busca tener una consulta en español, por eso su fluidez en ese idioma.