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¿Amistad a prueba de balas?

25 de marzo de 2003

La crisis de Irak está poniendo a prueba las ejemplares relaciones del último tiempo entre Washington y Moscú, consideradas uno de los mayores logros de la administración Bush en materia de política exterior.

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Las sonrisas ya no abundan entre Bush y Putin.Imagen: AP

Cuando en lenguaje diplomático se define una conversación como "abierta", quiere decir que en realidad el tono no fue precisamente cordial. Y ese fue el adjetivo que utilizó el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, para describir el diálogo telefónico que sostuvo el presidente estadounidense, George Bush, con su homólogo ruso, Vladimir Putin. A todas luces, la entrañable amistad que se había ido forjando entre ambos gobernantes está sufriendo los estragos de la guerra contra Irak.

Recriminaciones mutuas

El motivo concreto de los actuales roces son las recriminaciones de Estados Unidos, que acusa a empresas rusas de haber vendido a Irak material militar -como aparatos para ver en la oscuridad o cohetes antitanques- poco antes de comenzar la guerra. El gobierno de Moscú lo niega categóricamente y replica con otras acusaciones: según la versión rusa, expuesta por los ministros de Defensa y Energía Atómica, estrechos aliados de Washington habrían suministrado peligroso material nuclear a Irán.

Sea como fuere, los mutuos reproches contrastan en forma crasa con el tenor de las relaciones de los últimos años. La resuelta oposición de Putin a la intervención militar en Irak, que lo llevó incluso a amenazar con hacer uso de su derecho a veto en el Consejo de Seguridad, fue una amarga sorpresa para Bush, quien por lo visto confiaba en que su amigo del Kremlin seguiría sumiso a sus deseos.

La lealtad de Putin

Las buenas relaciones con Moscú fueron durante mucho tiempo consideradas como el mayor logro de la política exterior de la administración Bush. De hecho, tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, la cooperación entre ambos países alcanzó un nivel sin precedentes, cuando Moscú se convirtió en uno de los aliados claves en la lucha contra el terrorismo.

Putin no sólo entregó informaciones de los servicios de inteligencia a Washington, sino que intercedió personalmente para que Uzbekistán permitiera en su territorio el emplazamiento de soldados estadounidenses que participaron en la guerra de Afganistán. Pruebas de la lealtad de Moscú no faltaron. Rusia depuso incluso su protesta contra la decisión de Estados Unidos de rescindir unilateralmente el tratado de desarme ABM y selló un acuerdo bilateral para la reducción de sus arsenales nucleares.

El contrapeso de la ONU

Al parecer, el gobierno ruso había llegado a la conclusión de que sólo de la mano de Estados Unidos podría conservar parte de la influencia internacional que le quedaba de sus tiempos de superpotencia. Sin embargo, la decisión de Bush de llevar adelante a toda costa sus propósitos bélicos contra Bagdad provocó un vuelco en el Kremlin. Algunos consideran que esto obedeció a la decepción rusa, por no haber recibido las recompensas económicas esperadas por su docilidad. Otros, en cambio, estiman que las aspiraciones hegemónicas que Washington ha evidenciado en esta crisis hicieron sonar las campanas de alarma en Moscú.

En la nueva constelación internacional, no hay cabida más que para una superpotencia. En consecuencia, Rusia ha optado por lo visto por jugar sus cartas en el seno de la ONU, como forma de buscar el contrapeso. De ahí que también Moscú figure entre los patrocinadores del debate abierto que celebrará el Consejo de Seguridad sobre la guerra de Irak. No es que se vuelva a escuchar la retórica de la guerra fría, pero el tono va subiendo.