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Israel-Argentina: problema originado en EE.UU.

Martin Muno
6 de junio de 2018

Un partido de fútbol previsto entre Israel y Argentina fue cancelado tras fuertes protestas palestinas. Una nueva muestra de cómo un asunto político puede imponerse al deporte, dice Martin Muno.

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Chicos palestinos amantes del fútbol en Jerusalén
Chicos palestinos amantes del fútbol en JerusalénImagen: Getty Images/C. McGrath

El último partido internacional de la selección israelí de fútbol en Jerusalén tuvo lugar el 9 de octubre de 2017. Israel perdió por 1 a 0 frente a España en un soso partido en el quedó desclasificado de la Copa Mundial. Es posible que esta derrota sea el último partido internacional en Jerusalén, por un buen tiempo.

El partido amistoso entre Israel y Argentina, programado para este sábado, fue cancelado. Los jugadores argentinos desistieron: frente a su campo de entrenamiento en Barcelona radicales palestinos gritaron consignas y mostraron camisetas del equipo argentino manchadas de rojo. Medios argentinos reportaron, además, supuestas amenazas personales contra Lionel Messi y su esposa.

¿Con qué intenciones se cambió la sede del partido?

Es comprensible que la selección argentina no quisiera jugar en esas condiciones, arriesgando la  salud de sus estrellas poco antes del Mundial.  Igualmente comprensible es la decepción de los aficionados del fútbol israelí, a quienes les hubiera encantado ver al vicecampeón mundial.

Lo que es menos comprensible es que el partido amistoso, que debía jugarse originalmente en Haifa, haya sido trasladado Jerusalén, al parecer por instigación de la ministra israelí de Deportes, Miri Regev, miembro del ala más derechista del partido Likud.

"Miri Regev quiso hacer política, en lugar de fútbol. Y obtuvo política. Pero el precio lo pagan los amantes del fútbol”, dijo certeramente un parlamentario de la Unión Sionista, Itzik Shmuli.

Trump, de nuevo la raíz de los problemas

Es evidente por qué el partido en otoño de 2017 se jugó sin incidentes importantes y el que estaba previsto para junio de 2018 se convierte en un impasse  político. La causa del alboroto es la mudanza de la Embajada de EE. UU. de Tel Aviv a Jerusalén en mayo de este año.

Esta reubicación, promovida por el presidente Donald Trump,  marcó un punto de inflexión en la política de Oriente Medio y es una renuncia de Estados Unidos al consenso occidental de trabajar en favor de una solución de dos Estados: Israel y Palestina. El día de la inauguración de la nueva sede murieron 50 palestinos en protestas y 2800 resultaron heridos.

Para la sociedad civil de Jerusalén, una ciudad multicultural y multirreligiosa, esto significa que cada evento importante va a ser cargado de política. Si bien es cierto que las amenazas de palestinos radicales deben ser condenadas, Shmuli tiene razón: el gobierno de Benjamín Netanyahu quiso política en lugar de fútbol, y eso fue lo que recibió a cambio.

Así, Tel Aviv tendrá que decidir si en el futuro quiere política en lugar de cultura. Asimismo tendrá que decidir si le apuesta a Trump, su unilateralismo y la confrontación con los palestinos a expensas del diálogo, la cooperación con la comunidad internacional, las negociaciones y un curso de equilibrio político.

El fútbol ha perdido, una vez más, la batalla con la política. Eso solo puede sorprender a quienes viven en un estado de enajenación.

Martin Muno (jov/er)