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Una promesa vacía para Oriente Próximo

3 de enero de 2017

A Occidente le gusta repetir periódicamente su crítica a la política de asentamientos israelí, pero en realidad no hace nada para evitar la expansión de las colonias en los territorios palestinos, opina Kersten Knipp.

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Imagen: Reuters/B. Ratner

La reciente resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU causó mucho revuelo. Puesto que en ella se critica la política de asentamientos, que Israel practica desde hace décadas en los territorios palestinos, como una seria amenaza para la solución de los dos Estados, el gobierno israelí denuncia un trato injusto. Pero en realidad esta resolución, que básicamente repite la crítica que la comunidad de Estados ha exteriorizado numerosas veces en el pasado, no es nada nuevo ni tampoco el modo agresivo de reacción por parte de los israelíes.

Desde 1948, el Consejo de Seguridad ha aprobado 200 resoluciones críticas con la política israelí, entre ellas, muchas que condenan el trato hacia los palestinos, que viola el derecho internacional público: ya sea porque a los refugiados palestinos no se les permite regresar a su tierra natal, de la que fueron expulsados, en parte, por los israelíes, o porque son víctimas de la ocupación israelí.

Construcción sistemática de asentamientos

Kersten Knipp de DW.
Kersten Knipp de DW.

Hoy día, casi nadie se acuerda de que, en el territorio estatal israelí, más de cien mil palestinos quedaron bajo administración militar tras la guerra de 1948 y hasta 1966. Los métodos de opresión que se aplicaron en aquel entonces sirvieron de base para la construcción del aparato de ocupación israelí en los territorios palestinos después de 1967. Desde el principio, tenían como meta limitar el espacio de vida de los palestinos y, de ser posible, aislarlos. El poblamiento ilegal de los territorios ocupados en Cisjordania y la Franja de Gaza siguió esta estrategia.

Muchos también han olvidado que inmediatamente después de la llamada Guerra de los Seis Días los israelíes comenzaron con la construcción de asentamientos en Gush Etzion, un territorio al sur de Jerusalén. También en el Valle del Jordán se construyeron varios asentamientos como una suerte de amortiguador, que dificultaría el paso de los palestinos al río Jordán. Asimismo, los primeros barrios judíos que se construyeron en el este de Jerusalén a partir de 1970 sirvieron a este propósito: impedir el crecimiento natural y la convivencia de las localidades palestinas.

Ayuda militar pese a condena de política de asentamientos

Hoy día, se sabe que medidas de este tipo y la masiva política de asentamientos en los años 70 y 80 del siglo pasado tenían como meta frustrar la creación de un Estado palestino unido territorialmente. De hecho, la fundación de la autonomía palestina apenas se logró en 1993 tras el levantamiento nacional de los palestinos y la consecuente negociación de los Acuerdos de Oslo.

El gobierno de Israel justifica su oposición a la creación de un Estado palestino independiente sobre todo con el combate al terrorismo palestino, que resurge periódicamente. Sin embargo, este también le sirve como pretexto para construir aún más asentamientos, argumentando que se trata de una medida de represalia contra los extremistas.

Hasta ahora, la comunidad internacional ha condenado regularmente la política de asentamientos de Israel, pero a sus palabras casi nunca han seguido sanciones dolorosas. Como consecuencia, Jerusalén no solo asumió que finalmente se aceptaba la construcción de los asentamientos, sino que, con el tiempo, su retórica incluso se volvió más ofensiva. En el pasado ha llegado a insultar a las Naciones Unidas y a Estados Unidos, su aliado más importante, como antisemitas. No obstante, Washington nunca suspendió su masivo apoyo militar a Israel. Bajo la administración de Obama este incluso aumentó. Lo mismo vale para el gobierno de la canciller Merkel: pese a las fuertes críticas contra la política de asentamientos, Berlín suministró submarinos alemanes y buques de guerra a Israel.

Occidente debería preguntarse por qué, por un lado, exige una solución de los dos Estados, y, por otro, no hace nada para lograrlo, sino que, al contrario, apoya de forma directa o indirecta el rearme de Israel. Mientras no imponga sanciones efectivas, solo hará más fuertes a los extremistas de derecha en Israel y a los extremistas palestinos. Desde hace tiempo, la solución de los dos Estados se ha convertido en una promesa vacía. De cara a la política que se puede esperar del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, Jerusalén necesitará más que nunca el apoyo de Europa – sobre todo un tono más duro.