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Un espectáculo triste

Christina Bergmann / EL2 de marzo de 2013

Debido a la falta de acuerdos, entraron en vigor recortes automáticos al gasto público de EE.UU. No hay ganadores en esta lucha, opina Christina Bergmann.

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El presidente Barack Obama antes de firmar los recortes al gasto público.Imagen: Reuters

Apenas podía uno creerlo. El presidente Barack Obama declaraba a lo largo y ancho del país que un recorte automático al gasto público “debilitaría nuestra disposición militar y aniquilaría inversiones necesarias para crear empleos e impulsar los sectores educativo y energético, así como la investigación médica.”

Una medida así, además, haría que las fronteras y las vías aéreas estadounidenses se tornaran más inseguras, según el mandatario. Los criminales podrían reírse a sus anchas, pues los funcionarios del FBI serían enviados a tomar vacaciones forzadas en vez de perseguirlos. En pocas palabras, sería una catástrofe.

Entonces llegó el 1 de marzo de 2013, día decisivo. Obama advirtió sobre las consecuencias que tendría un recorte drástico al gasto público, pero hacia el final de su alocución dio marcha atrás. “Esto no es el apocalipsis, es simplemente algo absurdo”, afirmó.

El hecho es que los recortes presupuestales por 85 mil millones de dólares se dejarán sentir paulatinamente, y en cualquier momento pueden ser interrumpidos si es que se produce un acuerdo en el Congreso. O si los legisladores se deciden por una vía distinta de la “podadora”; es decir, por una distribución más sensata de los recortes por un total de 1.500 billones de dólares repartidos a lo largo de diez años.

Un show tras el otro

Efectivamente, es lamentable que se aplique a todos los egresos nacionales el mismo porcentaje de recortes, sin que se establezcan criterios ni prioridades. Pero es una medida que jamás debía de haber entrado en vigor. Fue concebida en 2011, en medio de una gran batalla sobre el tope máximo de deuda pública, como método de ejercer presión para que demócratas y republicanos alcanzaran acuerdos en materia presupuestal.

Algo hemos aprendido desde entonces. Por ejemplo, que este tipo de ultimátums no llevan a este Congreso a buscar soluciones, sino a aplazarlas. El debate sobre el tope máximo de la deuda pública renacerá a mediados de mayo. Asimismo, el gobierno volverá a ser insolvente el 27 de marzo, si es que el Congreso no aprueba el traspaso del presupuesto de 2012 a 2013.

Tosudez republicana

Así es como el país va siendo arrastrado de un plazo autoimpuesto a otro, y de una seudocrisis a la siguiente. El problema, sin embargo, no son los topes a la deuda, ni la aplicación de la “podadora”, sino la incapacidad de los legisladores para llegar a soluciones constructivas. También la enorme deuda de 16 billones de dólares que sigue creciendo, así como los programas sociales que sin una reforma no serán financiables.

Ni demócratas ni republicanos se han cubierto de gloria con esta situación, pero los perdedores en la pasada elección presidencial se refugian en su política de “no más impuestos”. Ellos no tienen problema alguno en sumir al país en una crisis, con tal de anotarse puntos en la política. Han hecho que la palabra “acuerdo” se haya convertido casi en una ofensa entre los legisladores.

La ciudadanía queda aislada

El mundo financiero aún no refleja los efectos de este nuevo episodio. Pero los ciudadanos opinan que los recortes tendrán graves repercusiones en la economía estadounidense. Según encuestas, 45 por ciento culpan a los republicanos por la falta de acuerdo, y 32 por ciento al presidente. 13 por ciento de los encuestados consideran que ambos partidos con culpables por la falta de acuerdos.

Cada vez más estadounidenses demuestran su frustración, y ya no siguen el curso del debate. Quizá resulte un método efectivo para llevar a legisladores de los dos partidos a encontrar soluciones para sanear el presupuesto a través de subidas sensatas de impuestos, combinadas con recortes en el gasto público.

Pero por el momento, el Congreso se asemeja a un kindergarten en el que los niños se pelean por los juguetes mientras las maestras no hacen más que lanzar amenazas que no cumplirán. Es ciertamente un espectáculo triste para una superpotencia.

Autora: Christina Bergmann / EL

Editor: José Ospina Valencia