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En la central de la KGB en Riga, se encerraron y torturaron a miles de letones que resultaban molestos a Moscú. Muchos de los que estuvieron allí fueron deportados a campos de trabajo de Siberia. En mayo de 1990 se liberó a los últimos prisioneros de la central. Para que alguien fuera fichado por la KGB y lo enviaran durante años a un campo de trabajo, no había que ser necesariamente disidente. Entre los "enemigos del estado" encarcelados en Riga había, por ejemplo, miembros de un círculo de lectura que llamaron la atención de la KGB por interesarse por libros franceses. En la actualidad, las víctimas de la KGB tienen acceso a las actas, pero desconocen la identidad de los espías.