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FRIEDLAND

25 de agosto de 2015

La cifra actual de refugiados en el mundo es la más alta desde la Segunda Guerra Mundial. Para quienes logran arribar a Alemania, la llegada al centro de acogida de Friedland, suele marcarles el inicio de una nueva vida.

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Un grupo de refugiados sirios llega al aeropuerto de Hanóver. Están agotados, pero felices y llenos de esperanza tras años de huida y una larga estancia en un campamento de refugiados en Líbano. Los trasladan en autobuses al centro de acogida de Friedland.

Acompañamos a tres de estas familias durante su estancia en Friedland. Sus miembros nos hablan de su huida y de los motivos que los obligaron a irse, de terribles pérdidas y de la guerra que está destruyendo su país. Aprenden lo más básico de la lengua alemana y entran en contacto con la realidad de su país de acogida. Muchas cosas los asombran, como la Constitución, que reza: “La dignidad del ser humano es inviolable”. En su país eso es algo inconcebible. Casi todos temen por sus familiares que continúan en Líbano o Siria.

Además de las familias sirias, acompañamos también a solicitantes de asilo de Eritrea, Afganistán y Pakistán que viven en Friedland a la espera de un permiso de residencia. Muchos llegaron a Alemania con traficantes de personas, poniendo en riesgo sus vidas. Atravesaron el Mar Mediterráneo o fuertes corrientes fluviales en botes hinchables y vieron ahogarse a amigos. Pero asumieron todos esos peligros porque la amenaza en sus propios países era aún mayor. Hablan de sus terribles vivencias y también de la tortuosa incertidumbre y el miedo a ser deportados a sus países de origen o al país de Europa donde les tomaron las huellas dactilares por primera vez. En muchas ocasiones, en esos países los trataron de forma inhumana y los confinaron en centros de internamiento de inmigrantes. Los centros que peor fama tienen son las de Bulgaria, Grecia y Malta. Un palestino de Siria rompe en llanto con sólo recordar el centro de Malta. Una joven afgana cuenta que si regresara a su país sería lapidada por haber abandonado al anciano con el que la obligaron a casarse de niña.

El reportaje se centra en la vida cotidiana del centro de Friedland: los cursos de alemán, el asesoramiento, las excursiones a los alrededores de Gotinga, el centro infantil y la escuela, los parques de juego y de deportes... Puntos de reunión donde todos se encuentran, y las familias musulmanas conviven con otras judías y cristianas. Surgen amistades e historias de amor. Wafaa, de Damasco, dice que es casi como antes en casa, antes de que todos se volvieran locos, cuando todos vivían juntos sin preocuparse de si el vecino era musulmán o cristiano.

Las historias actuales se enlazan con otras del pasado y de refugiados de otras épocas, alemanes que estuvieron en Friedland en los primeros años de existencia del centro. Por ejemplo, Annelie Keil, que llegó al campo en 1947, siendo una niña, tras una dramática huida de Polonia. Ella sabe lo importante que es un lugar así para tomarse un corto respiro sabiéndose a salvo. El reportaje abre una rendija en interior de la “fortaleza europea” y también recuerda una época en los que los propios alemanes fueron refugiados necesitados de ayuda y, a la vez, culpables de una devastadora guerra.

Un reportaje de Frauke Sandig, 85 minutos, coproducción de Deutsche Welle y NDR

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