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Brasil y las protestas de 2013: esperanza y decepción

Thomas Milz
21 de junio de 2018

Las elecciones de octubre en Brasil amenazan con convertirse en un voto de desconfianza para el sistema político. El efecto de las protestas masivas de hace cinco años parece haberse disipado.

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Brasilien Bildung Proteste
Imagen: Y.Chiba/AFP/GettyImages

De la rabia por el alza de precios en los transportes surgieron en junio de 2013, sorpresivamente, las protestas masivas más fuertes que se registran desde la mitad de la década de los ochenta, al final de la dictadura militar. De la noche a la mañana, el país expresó su hartazgo exigiendo un nuevo comienzo. Cinco años después, las esperanzas de entonces, hoy truncadas, se han convertido en decepción.

Probablemente en ese momento nadie podía imaginar cuántas semanas de conmoción enfrentaría Brasil. La economía iba bien, el desempleo estaba a nivel muy bajo. Desde la entrada al gobierno de Luiz Inácio Lula de Silva, en 2003, millones de familias habían ascendido de pobres a clase media.  A pesar de todo ello, el 20 de junio millones de brasileños llenaron las calles de las grandes ciudades del país.

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Protestas en Brasil, junio de 2013Imagen: picture-alliance/AP

Un año antes del comienzo del Mundial de Fútbol 2014 y ante la construcción de millonarios estadios, los manifestantes pedían escuelas, hospitales y un sistema de transporte público según los "estándares de la FIFA”. No había, sin embargo, confianza en que la clase política, considerada altamente corrupta, llevara a cabo los cambios exigidos. "Ni partidos, ni banderas”, gritaron millones de manifestantes. Ese junio se movilizaron juntos un sinfín de movimientos de base que lo único que tenían en común era un sentimiento: la política no los representaba.

Semilla de la cosecha actual

"En junio de 2013 se echó la semilla de los conflictos políticos actuales”, explica Esther Solano, socióloga de la Universidad Federal de Sao Paulo. "Había un discurso contra el establishment. Los partidos no eran bienvenidos a las protestas, las banderas fueron pasto del fuego”, añade.

Pocas de las expectativas de entonces han sido cumplidas. La expresidenta Dilma Roussef y su coalición gubernamental lograron a duras penas que se aprobara la corrupción como delito y que los ingresos por petróleo de la costa brasileña fueran al presupuesto de salud y educación. La gran reforma política no fue acometida.

Finalizada la Copa de Confederaciones, ya sin la mirada internacional encima, las protestas fueron acalladas, en octubre, con fuerza policial. "Los responsables políticos parecen no haber entendido la importancia de este movimiento. En el 2013 los esfuerzos se concentraron en hacer callar a los manifestantes”, opina Camila Marques, abogada de la organización Artigo 19.

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Septiembre de 2016: Dilma Rousseff es destituidaImagen: picture-alliance/AP Photo/E. Peres

Ése fue el comienzo de una serie de experiencias traumáticas para la sociedad brasileña. A comienzos de 2014 se iniciaron las investigaciones por corrupción en el caso "Lava-Jato”; empresarios y políticos cayeron. Y con ellos, la fe brasileña en su sistema político. A finales del 2014 vino la dura campaña electoral entre Dilma Rousseff y Aécio Neves. Y el país se dividió definitivamente.

"Para la elecciones presidenciales de octubre de 2014, el espíritu de 2013 había desaparecido”, sigue Solano. Cuando en 2015 la economía entró en recesión, una nueva ola de descontento sacó a Dilma Rousseff del sillón presidencial. Era mayo de 2016. "Movimientos de la derecha aprovecharon la ocasión para lograr el impeachment contra Rousseff. El Partido de los Trabajadores no logró dar el trato adecuado a las protestas."

Política en descrédito

Lo que quedó fue el sentimiento de que la política no ofrece soluciones. De cara a las elecciones de octubre de 2018, esto esboza escenarios preocupantes. "La falta de identificación con el sistema político y sus representantes sigue presente”, confirma Ricardo Ismael, politólogo de la Universidad Católica de Río de Janeiro. Muchos electores optarían por el voto nulo.

Hoy Brasil está más dividido que nunca. La destitución de Rousseff –percibida por muchos brasileños como golpe de Estado- y el juicio por corrupción y prisión al expresidente Lula da Silva ha puesto a la sociedad brasileña en dos bandos enfrentados.

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Jair Bolsonaro, congresista brasileño, precandidato presidencial, extrema derechaImagen: Reuters/L. Benassatto

"El lado de la izquierda no me preocupa mucho, pues Lula podría pasar sus votos a otro candidato”, analiza Solano. El bando de centro-derecha es otra cosa. Dado que no tiene un candidato fuerte, sí existiría el riesgo de que el votante opte por Jair Bolsonaro, un outsider político de extrema derecha, que se nutre del hartazgo político de los brasileños. Esto último, así Solano, es lo único que queda de junio de 2013: la disposición a votar por un candidato que reniega de la política… un escenario no muy halagüeño para un país agobiado por las crisis.

Autor: Thomas Milz (mb/el)