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Varada en Berlín

20 de abril de 2010

Una periodista de DW-WORLD estuvo varada en Berlín, mientras buscaba una opción de viaje diferente al avión.

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Imagen: AP

Miles de personas en toda Europa -como yo- fueron víctimas de las fuerzas de la naturaleza. En mi caso, el vuelo de Berlín a Bonn, que estaba programado para el pasado lunes 19 de abril a las 6:45 de la mañana fue cancelado alrededor de la medianoche del domingo.

¿Y ahora qué hago? Fue lo primero que pensé cuando Germanwings me anunció por Internet que no podía volar. No había caso llamar. Además del costo de la llamada (1 euro por minuto, y cuyo primer minuto se va en la explicación de una máquina), seguramente a esa hora nadie me iba a contestar.

El plan B: no entrar en pánico

Antes de que la cancelación de mi vuelo fuera inminente, la aerolínea de bajo costo alemana me había mandado un mail el sábado con indicaciones de cómo cambiar mi reserva para otro día, si quería. Pero yo pensé -como muchos otros- que seguramente la nube volcánica se iba a dispersar y todo volvería a su normalidad en un par de días. No entrar en pánico, pensé, esperar era la mejor opción en ese momento.

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Germanwings: los aviones permanecen en tierra.Imagen: AP/dpa/DWMontage

Pero a media noche del domingo todo cambió. Por lo que decidí modificar mi vuelo para el lunes a las 14.10. Pero éste también fue cancelado a las 11 de la mañana. Todos los vuelos hasta nuevo aviso fueron cancelados. No había otra solución. Por cuestiones de trabajo tenía que estar en la Deutsche Welle el martes 20 de abril a las 9 a.m., así que tenía que llegar a mi destino como fuera.

El plan C: resignarse y viajar en tren

La única opción era viajar en tren, alternativa que descarté inicialmente cuando busqué la forma más rápida (en tren cinco horas, en avión una) y económica (ida y vuelta en avión 116 euros) para viajar de Berlín a Bonn hace un mes. En ese momento fui precavida -como la mayoría de los alemanes-, compré mi boleto de avión en marzo. Pero de nada sirvió la prevención.

Ahí estaba parada la tarde del lunes en una fila inquieta que crecía cada minuto, y que avanzaba pausadamente. La de Berlín es normalmente la estación de trenes más concurrida de Alemania, así que me armé de paciencia para obtener un tiquete. Turistas, empresarios, jóvenes y viejos buscaban la mejor alternativa para llegar a sus destinos.

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Un tren Intercity Express: esta vez le ganó al avión.Imagen: AP/DBAG/Warter

Deutsche Bahn, la empresa ferrocarrilera, tuvo que abrir todas sus cajas y traer más personas de otras oficinas de la ciudad para atender a los nuevos clientes. Eso me comentó la señora que me atendió. “Esto es todo un desafío, hemos vendido mucho y casi no damos abasto”, me dijo mientras miraba la fila sin fin.

En la otra caja, un grupo de estudiantes, buscaba regresar en tren a Grecia. Se les veía cansados; y sobre todo, resignados. Yo también me resigné cuando una señora de edad se coló en la fila para preguntar algo. Pero me resigné aún más cuando me tocó pagar casi 300 euros por mi viaje a Bonn: 230 para la tarjeta de descuento del 50 % sobre tiquetes a todos los destinos (de otra forma el sólo tiquete de ida me hubiera costado 100 euros) y 55 euros para el tiquete Berlín-Bonn. ¡Ah! Y además pagué 5 euros por la reserva del asiento. Ante la demanda de viajes, era mejor asegurar la butaca y no cargar las maletas por todo el tren buscando una asiento libre.

Todo puede empeorar

Conseguí mi tiquete para el tren de las 18.50, después de esperar casi dos horas en la fila. Me compré un café y me senté a esperar otras dos horas más el tan anhelado viaje.

El vagón del tren de alta velocidad ICE estaba lleno, por lo que subir con las maletas y hallar mi lugar fue bastante complicado. Era mejor verlo todo de forma positiva: en tren puedes leer, trabajar, dormir, comer, en fin, es cómodo y aprovechas el tiempo. Entonces opté por pensar que pudo ser peor. Y entonces el tren se detuvo por espacio de 30 minutos.

En medio de la nada, antes de llegar a Colonia, unas personas se estacionaron sobre los rieles hasta que la policía intervino. Luego se dañó algo en la locomotora. Volví a resignarme. Cuando llegué a Bonn, ya había perdido el último bus a mi casa. Cogí un taxi y descansé sólo cuando pude acostarme a dormir.

Por más planeación y prevención la naturaleza tiene la última palabra. En este caso, miles de personas -como yo- fuimos víctimas de su fuerza. Ahora creo que tomaré el tren la próxima vez, para así aprovechar el “descuento” de mi nueva tarjeta. Y mientras tanto espero poder recuperar mi dinero del vuelo cancelado.

Autora: Cristina Mendoza Weber

Editor: Pablo Kummetz