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Los últimos pastores de Grecia

Dimitris Tosidis Parque Nacional de Pindo, Grecia
2 de marzo de 2021

Los pastores recorren cientos de kilómetros con sus rebaños en Grecia. Pero la creciente tecnología, el turismo y el cambio climático amenazan esta forma de agricultura sostenible y con ella una tradición ancestral.

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Una mujer con bastón. Al fondo, un rebaño de ovejas.
Eleni Tzima ha pasado los últimos 53 veranos de su vida acampando en el monte Smolikas de Grecia, lejos de la capital del país, Atenas.Imagen: Dimitris Tosidis

Desde hace 53 años, Eleni Tzima y su marido Nasos Tzima trasladan su ganado unos 150 kilómetros desde los pastos de verano en las remotas tierras altas del noroeste de Grecia hasta sus cuarteles de invierno en las tierras bajas.

La trashumancia, como también se denomina a este pastoreo migratorio, tiene una tradición milenaria. Consiste en el desplazamiento estacional de ganados por rutas migratorias fijas. La familia Tzimas forma parte de esta tradición. La pareja es de las últimas que siguen practicando este tipo de agricultura en Grecia.

Durante los meses de verano, la pareja de más de 80 años vive en una cabaña improvisada. Utilizan energía solar para hacer funcionar una radio, los teléfonos móviles y las lámparas. Ambos son los pastores más antiguos que realizan una caminata anual, conocida como "Diava”, en el montañoso Parque Nacional de Pindo, cerca de la frontera griega con Albania.

Tzima cuenta que la mala salud de su marido significa que la caminata de 2020 probablemente haya sido la última. Describe su modo de vida como duro, pero gratificante.

"Trabajamos todos los días desde el amanecer hasta el anochecer. Nunca he tenido un día libre porque los animales tampoco lo tienen”, dice. "Estoy acostumbrada al clima frío y a la tranquilidad del verano en la montaña. No elegí esta vida, pero si pudiera elegir, volvería a hacerlo”.  

Vista aérea de ovejas en una montaña.
Ovejas moviéndose por una llanura montañosa a primera hora de la mañana. Cada pastor recorre la ruta tradicional de su familia.Imagen: Dimitris Tosidis
Un pareja de ancianos delante de una cabaña improvisada de chapa ondulada.
Elini Tzima y su marido Nasos Tzimas son de los últimos pastores nómadas de Grecia.Imagen: Dimitris Tosidis

El fin de un patrimonio cultural y ecológico

La trashumancia la practican principalmente grupos étnicos autóctonos, como los valacos y los sarakatsani, así como los emigrantes de Albania y Rumania. Esta tradición, que en su día estuvo relativamente extendida, perdió popularidad en los años 60 y 70, cuando el progreso técnico también llegó a la agricultura. Este cambio continuó en las décadas siguientes con una rápida urbanización, a medida que crecía la economía.

La UNESCO designó la trashumancia como "patrimonio cultural inmaterial” en 2019. Considera que la trashumancia es una de las formas más sostenibles y eficientes de criar el ganado. Trasladar a los animales significa que los pastos tienen tiempo para recuperarse y no se utilizan en exceso, mientras que los pastores pueden evitar las sequías de verano subiendo a las montañas, donde la nieve se derrite y la hierba crece.

Las rutas migratorias fijas han moldeado el paisaje, creando hábitats únicos y abiertos que albergan una gran variedad de plantas y animales, así como corredores de vida silvestre por los que se desplazan otros animales. Algunos estudios también demuestran que el pastoreo nómada de ganado puede ayudar a prevenir los incendios forestales. 

Un hombre a caballo pastoreando un rebaño de ovejas.
Thomas Ziagkas a caballo mientras lleva su rebaño a su destino invernal en Deskati, Grecia.Imagen: Dimitris Tosidis
Un hombre con bastón y una manta al hombro caminando por la hierba. Le sigue un perro.
Un pastor camina entre la niebla matinal cargando con pesadas mantas. Suelen llevar un grueso abrigo de lana de cabra adecuado para dormir al aire libre.Imagen: Dimitris Tosidis

Hoy en día, a medida que menos pastores recorren las rutas de trashumancia, el bosque se va cerrando y la extensa red de senderos creados a lo largo del tiempo va desapareciendo.

Thomas Ziagkas tiñe sus ovejas con tierra roja para que sus animales no se confundan con los de otros rebaños. Pero ya rara vez se encuentra con otros pastores en el camino. Aun así, este hombre de 72 años se aferra a esta tradición familiar porque quiere demostrar que sus ovejas han migrado, a diferencia de los rebaños estacionarios que pastan en las llanuras.

"Me enorgullece que mi rebaño haya caminado desde las montañas hasta aquí”, dice. "Es una forma de demostrarlo”. 

Un hombre observando los restos de una oveja.
Giorgos Anthoulis encuentra los restos de una de sus ovejas, posiblemente devorada por un lobo o un oso.Imagen: Dimitris Tosidis
Un hombre alimentando a un grupo de perros pastores. Al fondo, un grupo de ovejas pastando.
Giorgos Anthoulis alimenta a sus perros pastores a primera hora de la mañana. Es importante cuidar la salud de los perros para que puedan vigilar el rebaño y protegerlo de los depredadores.Imagen: Dimitris Tosidis

Siguiendo los pasos de los antepasados

Giorgios Anthoulis lleva embarcándose en este viaje estacional desde que tenía pocos meses. Por aquel entonces, los pastores aún se desplazaban a caballo con toda su familia, incluidas sus pertenencias. Ahora solo él, de 74 años, y su hijo Giannis, de 35, acompañan a sus 3.000 ovejas.

Crían una pequeña raza tradicional, ahora poco vista, adaptada a las grandes altitudes y al terreno montañoso. Aunque los animales producen menos leche que las razas más nuevas y extendidas, es más sabrosa debido a su dieta rica en hierbas de montaña, según Anthoulis.

En octubre, cuando caen las primeras nevadas en la cima de la montaña, los pastores de Samarina, un pueblo situado en la ladera de Smolikas, la segunda cumbre más alta de Grecia, parten a sus pastos de invierno. Recorren 120 kilómetros hacia el sur a través de un paisaje salvaje de cerros y mesetas hasta llegar a otro pueblo, Vlachogianni, pernoctando en el bosque por el camino. 

Un grupo de hombres cantando y tocando instrumentos en una taberna griega.
Como parte de una tradición anual antes de partir, Giorgos Anthoulis se reúne con otros lugareños en una taberna y ofrece una de sus ovejas como regalo de despedida.Imagen: Dimitris Tosidis
Vista aérea de ovejas cruzando un puente.
Giorgos Anthoulis siempre cuenta sus ovejas en este estrecho puente de piedra cerca del pueblo de Ziakas durante la migración a los pastos de invierno.Imagen: Dimitris Tosidis

"Cada otoño, cuando tenemos que desplazarnos, siento su saludo”, dice Giorgos Anthoulis, hablando de la montaña que le sirve de guía. "No solo yo, sino también las ovejas sienten cuando llega el día de partir. Se levantan por la mañana y empiezan a caminar hacia el sur”.

En los últimos años, Anthoulis ha notado cambios en el clima.

"Los veranos son más largos. Parece que el otoño ha desaparecido. No sé si se trata del cambio climático, pero es evidente”, afirma.

Animales felices y mejores productos

A principios de octubre, los hermanos Nikos y Giannis Saitis se sientan alrededor de una hoguera después de un agotador día de paseo por las montañas con su rebaño. Dicen que el viaje entre pastos es bueno para los animales.

"La montaña los hace fuertes y sanos, también a mí”, dice Nikos Saitis. "Si se les transporta en camiones, sufren un shock, por el cambio brusco de lugar y altitud. Es como el jetlag para los humanos”, explica. 

Un hombre acostado junto a una hoguera, rodeado de perros y ovejas.
Giannis Saitis se prepara para dormir. Por la noche, las ovejas forman un gran círculo alrededor de los humanos y del fuego para mantenerse calientes y seguras.Imagen: Dimitris Tosidis
Dos hombres colocando una campana gigante en la cabeza de un macho cabrío.
Nikos Saitis coloca una campana a un macho cabrío, que guiará al rebaño de ovejas durante la migración. La campana de cada rebaño tiene su propio sonido y ayuda a mantener a los animales unidos cuando se desplazan con poca visibilidad.Imagen: Dimitris Tosidis

Cada año, esperan con impaciencia el viaje que marca el comienzo del invierno y del duro trabajo de parición y producción de leche que le sigue.

La mayoría de pastores transforman la leche en queso. Es difícil transportar la leche fresca desde estos lugares tan remotos a las plantas de procesamiento todos los días, sobre todo en las tierras altas. A veces venden el queso a los lugareños o a los comerciantes que pasan por allí.

Cuando las ovejas se alimentan de hierba fresca de las montañas, posteriormente se obtiene un queso, una leche y un yogur de alta calidad y saludables. Las granjas no pueden competir con eso, según Nikos Saitis. Pero los pastores se ven obligados a vender sus productos a precios más bajos que no reflejan la calidad y el trabajo que hay detrás, dice. Esta es la única manera de competir con los productos lácteos producidos industrialmente, añade. 

Un hombre vertiendo leche en un recipiente.
Vasilis Tzimas almacena la leche de la mañana que se utilizará para producir queso en el lugar donde acampa con sus padres.Imagen: Dimitris Tosidis

Un clima y tiempos cambiantes

De vuelta a la casa de verano de los Tzima, Eleni enciende una vela, probablemente por última vez, en un altar improvisado cerca de su cabaña, justo antes de que la familia parta hacia los pastos de invierno de sus rebaños.

Ella también ha notado cómo están cambiando los tiempos. En el pasado, un pastor se encontraba de vez en cuando a un excursionista que pasaba por allí y entonces le ofrecían café griego.

"Pero por primera vez en mi vida vi un autobús de turistas. La puerta se abrió y un montón de gente bajó a saludar. El conductor estaba aterrorizado porque desconocía el pésimo estado en el que se encontraba la carretera”, explica. "Estaba asombrada. Toda mi vida subiendo y bajando estas montañas y ahora aquí hay un autobús turístico”.

(ar/ers)