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Refugiados: Europa necesita una rebelión de la empatía

Jens Thurau
16 de septiembre de 2020

Está bien que Alemania reciba a 1.500 refugiados. Pero también es prueba de la quiebra de la política europea de asilo, opina Jens Thurau.

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Familias enteras viven en plena calle luego del incencio del campamento de refugiados de Moria, en Lesbos.
Familias enteras viven en plena calle luego del incencio del campamento de refugiados de Moria, en Lesbos.Imagen: Reuters/A. Konstantinidis

Alemania recibe a 1.500 de los 12.000 refugiados que vivían en el campamento incendiado de Moria, en Lesbos, y que, en gran parte, aún están allí. Cada persona que esté a salvo es una buena noticia. Eso está claro. Pero ¿es esta una decisión en solitario de Alemania comparable con la acogida de cientos de miles de personas procedentes de diversos países en 2015? ¿También de las personas que ya habían pisado el territorio de otro país de la Unión Europea y habían solicitado asilo allí? No, no lo es.

Temor a una narrativa falsa 

El gesto humanitario del gobierno alemán tiene algo de desesperación, de desconcierto, de inhibición. Los responsables en los ministerios alemanes se esfuerzan denodadamente por aclarar que las cerca de 400 familias que ahora encuentran protección en Alemania no solo provienen de la isla de Lesbos, sino de toda una serie de islas. Y que la mayoría de esas personas son solicitantes de asilo reconocidos como tales.

Jens Thurau, de DW.
Jens Thurau, de DW.

El mensaje es claro, estamos ayudando a los griegos, totalmente sobrepasados. Pero la narrativa no puede ser: primero se incendia un campamento (los griegos sospechan que algunos jóvenes refugiados rechazados al solicitar asilo podrían haber provocado los incendios), y luego está libre el camino hacia Alemania, la Tierra Prometida. Un relato espantoso que extiende la sospecha sobre cientos de niños, mujeres, hombres, refugiados desesperados. Sin embargo, esa versión describe el nivel ético, moral y humanitario que hace tiempo reina en la política europea de asilo.

Lo más importante es no crear un precedente. Los políticos de Berlín informan una y otra vez que, en Bruselas, en la UE, sobre todo sus colegas del este de Europa les dicen que recibir a refugiados "es problema suyo, y nosotros no tenemos nada que ver”. Y los alemanes saben lo que provoca esa presión. Cada gesto humanitario es un argumento bienvenido para los misántropos del bando populista de derecha. Cada decisión en solitario, aun cuando sea pequeña, es valorada como una pretensión de dominación alemana en Europa.

Si en el tema de la política de asilo se deja de pensar por un momento en el regateo por la acogida de refugiados en Bruselas, entonces queda claro que también en Alemania -cuyos críticos dicen que está tan endurecida como tantos otros países y sus sociedades- la disposición para ayudar es sorprendentemente grande. Las ciudades y municipios quieren recibir ahora a muchos más de los planeados 1.500 refugiados. Pero, de momento, chocan con la bancarrota moral de la UE.

¿Hay todavía valores comunes en Europa?

¿Qué quiere ser, en realidad, Europa? ¿Una máquina de distribuir dinero, con fronteras otra vez abiertas, después de la pandemia? ¿O todavía hay valores que comparten la mayoría de los 27 Estados miembros? Valores necesarios para que la UE pueda oponerse de algún modo a los populistas en Washington, a los autócratas en Cercano Oriente, Asia y Turquía.

Si uno escucha lo que se dice en los pasillos de la cancillería, en Berlín, la mayor parte de los políticos ya abandonaron la esperanza de que países como Hungría y Polonia estén dispuestos o sean capaces de llevar a cabo una política común de asilo. Por eso, ahora lo correcto es formar un círculo de Estados que tengan la voluntad de acoger a refugiados que estén en Grecia, o en Italia, o que al menos contribuyan con dinero a superar esta crisis.

La rebelión de la empatía

Este continente necesita ahora una rebelión de la decencia y la empatía, aunque con eso aumente el peligro de división de la comunidad europea. De no ser así, los europeos pronto ya no tendrán cómo oponerse al nacionalismo y al populismo. Y los compasivos, los empáticos sí existen: en las ciudades y municipalidades, en las iglesias, los sindicatos, en las empresas y en las fábricas.

(cp/ers)