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Para que el príncipe no se transforme en sapo

Cristina Papaleo11 de mayo de 2007

Si el amor llama a la puerta no siempre es la sensatez quien le abre. Por lo menos en la mayoría de las mujeres. La elección está determinada por motivos inconcientes y frecuentemente conduce al fracaso de la relación.

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Concordancias y diferencias hacen a una relación sana.Imagen: PA/dpa

En la primera fase de una relación, cuando nos enamoramos, generalmente vemos sólo lo que nos atrae del otro. Con el paso del tiempo comienzan a percibirse los aspectos de la personalidad del ser amado como lo que son, ni más ni menos. Especialmente las mujeres serían más propensas a que les moleste aquello que al principio más les atrajo del compañero. ¿Paradoja? Más bien la lógica del inconciente.

La importancia de conocer bien a alguien antes de establecer una relación duradera es fundamental para evitar desilusiones. Pero, como el idioma inglés tan bien lo describe, enamorarse es “caer” en el amor (to fall in love). Quien cae (¿en una trampa tendida por uno mismo?), pocas veces puede ver el obstáculo por el cual esto sucede. Obstáculo por el cual no será la personalidad real del objeto del amor la que se aprecie, sino una configuración de atributos que conforman la imagen del ser que nos armamos, del ser que amamos.

Los genes mandan

Los expertos en el tema no parecen ponerse de acuerdo. Y, seguramente, la verdad estará en la mitad de estas posiciones que parecen opuestas, pero no lo son tanto. Mientras algunos adjudican la elección de pareja a modelos vividos en la infancia, como el de los padres, otros acentúan el poder de las hormonas femeninas y masculinas en el tema. Los sexólogos tienden a dar más importancia al instinto biológico de reproducción: el objetivo de nuestra vida como humanos y del amor es reproducirnos, y escogemos a nuestra pareja según criterios que aseguren la descendencia, con la influencia poderosa de la atracción sexual.

Ukraine junges Paar in Kiew Kuß für Die Grünen
Los genes, no siempre confiables.Imagen: AP

Uno de los mayores estudios científicos al respecto, con más de 10.000 voluntarios de seis continentes, parece confirmar la tesis. El Instituto de Psicología Racional de Múnich desarrolló un cuestionario de varias páginas para la búsqueda de pareja, y los resultados confirman que nos enamoramos de personas genéticamente similares a nosotros. Es decir que los genes llevan la delantera en la búsqueda de pareja con la finalidad de tener descendencia. En el estudio resulta claro que los hombres le dan más valor a la belleza, mientras que la mujer antepone la capacidad de protección del compañero. Lo cual no contradice la teoría de la motivación inconciente, ya que los modelos genéticos más confiables son los progenitores.

La mujer tropieza dos veces con la misma piedra

Otra es la visión de algunos terapeutas cuando se trata de explicar el fenómeno por el cual la mujer critica, luego de la fase de enamoramiento, ciertas actitudes del hombre que, al principio, le parecían atractivas. Les molesta que el compañero sea desordenado o que sus opiniones sean machistas. ¿Por qué no se dio cuenta antes? Como lo aclara el terapeuta de parejas y sacerdote Matthias Hipler al periódico Kölner Stadt Anzeiger (KSTA): “Los polos opuestos se atraen”. Y según él, son casi siempre las mujeres quienes, a la búsqueda de completud, eligen una pareja con atributos que ellas mismas no poseen. La comunicativa escoge al silencioso, la ordenada al caótico. Sin pensar que luego de pasada la primera fase de la relación, estas cualidades son las que más le molestarán de él y las que harán fracasar la relación.

Stil-Seminar: Paar
Más armonía que disonancias.Imagen: DW/M.Bösch

Según la psicóloga Isabelle Überall al KSTA: “En la selección se juegan tramas relacionales infantiles”, como la propia con el padre o la madre en los primeros años, que nos marcarían para toda la vida. El problema de muchas mujeres es, según Überall, que buscan en su pareja los mismos perfiles de sus padres porque así se sienten seguras, lo cual sería fatal, ya que eso mismo les impide salir del círculo vicioso si la relación no funciona. “Repiten el modelo relacional varias veces, aunque les haya hecho muy mal en el pasado, hasta que se hace necesaria una separación de carácter dramático y la mujer nota que algo no está bien”, aclara la psicóloga.

Y agrega que, para no repetir errores, “la mujer debe aprender a vivir sola”. Según la terapeuta, sólo creyendo en sí mismas es posible dejar de pensar que necesitan al compañero para sobrevivir. En cuanto a que pueden cambiar aquello que no les gusta en el hombre, “es un falsa creencia. Es mejor no buscar a quien es demasiado diferente.” Mejor sería observar desde un principio si existen concordancias en el carácter y preferencias de los dos. Tomar conciencia de las propias necesidades permite abrir mejor los ojos antes de decidir.