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Misión en Afganistán también cambió a Alemania

Florian Weigand (ERC)28 de diciembre de 2014

La misión militar de la OTAN en Afganistán, llevada a cabo por la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad internacional (ISAF), también repercutió en Alemania, opina Florian Weigand.

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La ministra alemana de Defensa, Ursula von der Leyen, visita las tropas alemanas en Afganistán. (13.12.2014)
La ministra alemana de Defensa, Ursula von der Leyen, visita las tropas alemanas en Afganistán. (13.12.2014)Imagen: picture-alliance/dpa/M. Gambarini

¿Misión cumplida en Afganistán? La cosecha de amapola nunca fue tan alta como ahora en ese país asiático y los atentados de los talibanes han vuelto a intensificarse: hace unos meses, en el Kundus, el otrora centro de operaciones del Ejército alemán, los rebeldes llegaron al punto de izar su bandera; algunos sostienen que los talibanes ya iniciaron negociaciones para cooperar con los terroristas del autoproclamado Estado Islámico.

Y, por si fuera poco, buena parte de las regiones afganas ya no obedecen a las corruptas autoridades locales, sino a los “barones de la guerra”; ni siquiera Kabul, la capital, es considerada un sitio seguro. Esta situación no puede ser calificada como un éxito.

Pero el estado de cosas en ese país tampoco puede ser descrito como una completa derrota. A la sombra de la misión militar de la OTAN en Afganistán se construyeron hospitales y colegios, y a la escuela asistieron tantas niñas y mujeres como nunca antes. Eso fue posible gracias a los proyectos civiles protegidos por el Ejército alemán y a las inmensas cantidades de dinero invertidas en ellos. No es falso decir que Afganistán cambió.

Alemania, por cierto, también cambió tras la consumación de la misión de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad internacional (ISAF). Hace trece años, muchos pecaron de ilusos, creyendo en una rápida derrota de los talibanes y confiando en que Occidente se iban a ganar el corazón de la población civil con sólo repartir chocolates y realizar proyectos civiles. Pero los soldados germanos no tardaron en ser atacados por guerrillas locales.

Cincuenta y cinco militares alemanes perdieron la vida en Afganistán y muchos más regresaron traumatizados. El término “guerra” era evadido por los políticos, aún cuando crecía el número de efectivos que regresaban a Alemania en féretros. Fue entonces cuando el apoyo a esa misión empezó a decaer; Berlín comenzó a repensar su política exterior. Por eso se mostró tan indecisa cuando se le pidió participar en bombardeos contra el dictador de Libia.

Lo mismo sucede ahora, cuando se trata de detener el ímpetu destructor del grupo terrorista Estado Islámico. Alemania es un país pacifista y eso no se debe tanto a las lejanas experiencias de la Segunda Guerra Mundial, sino a los efectos de la misión de la ISAF en Afganistán, que termina –al menos oficialmente– el 31 de diciembre de 2014.

En la Bundeswehr, una generación completa de oficiales ha tenido contacto directo con la guerra. Y sus experiencias, llevadas al Ministerio de Defensa, han repercutido sobre la política federal. Por otro lado, la participación de soldados alemanes en la misión de la ISAF ha puesto en marcha una dinámica que es muy difícil de parar.

La comunidad internacional espera el aporte germano para la continuación de la asistencia a Afganistán, así como en el nuevo mandato en territorios kurdos. Para este último se amplió la interpretación de la Constitución alemana a límites sin precedentes. En cuanto al caso kurdo, el respaldo de Alemania no iría más allá del entrenamiento militar de los milicianos Pechmerga que asumen la defensa propia de sus territorios.

Con Afganistán quedó demostrado cuán fácil es dejarse involucrar en combates bélicos. Aún no es claro cómo es que Alemania va a reaccionar a este acto de equilibrio entre pacifismo y responsabilidad política internacional. Afganistán, por su parte, ya ha visto a muchos extraños en su país: persas, griegos, mongoles, árabes, británicos, soviéticos y las tropas de ISAF. Todos dejaron sus huellas. Aún así, Afganistán no ha dejado de ser Afganistán.