Durante la audiencia de este 2 de julio en el tribunal de La Valeta se confirmó la acusación por las presuntas irregularidades en el registro del barco y se impuso una fianza de 10.000 euros, informó a EFE el abogado italiano Daniel Amato que forma parte del equipo legal de la ONG.
Con el pago de la fianza, el capitán ha quedado en libertad, pero no puede dejar la isla, tiene obligación de firmar una vez a la semana y debe dormir en el barco. Mientras que el barco también ha sido inmovilizado de forma cautelar mientras se esclarece la situación.
Por el momento, el Tribunal maltés ha enviado a inspectores a bordo del barco y ha ordenado examinar los ordenadores y ha fijado la próxima audiencia para el 5 de julio a las 11.30 hora de Malta.
Barco "de recreo”, ¿no habilitado para rescate?
El barco de la ONG Lifeline rescató a 234 inmigrantes, uno de ellos tuvo que ser evacuado a la isla, en el Mediterráneo Central, pero tras el rechazo a desembarcar de Italia fue autorizado por Malta a atracar tras conseguir un acuerdo con otros 8 países europeos para reubicar a los inmigrantes.
La acusación insiste en que el barco, que lleva bandera holandesa, no se encuentra en el registro marítimo de los Países Bajos como han manifestado las autoridades de este país. Los abogados presentaron los documentos de que el barco está registrado en club náutico como barco de recreo, a lo que la acusación respondió que entonces no está autorizado a dedicarse a operaciones de rescate.
La acusación confirmó que por el momento el único delito del que se le acusa al capitán es el de la irregularidad del registro, pero no excluyó añadir más cargos próximamente.
Amato explicó que durante la audiencia se hizo notar que un ciudadano europeo no puede estar acusado durante cinco días sin que se notifiquen los cargos como ha ocurrido en esta ocasión.
JOV (efe, wdr)
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Día Mundial del Migrante: El campamento de refugiados Kakuma o "la nada"
Cientos de miles de humanos en "la nada"
"Kakuma" quiere decir en kiswahili algo así como "la nada". Ubicado a unos 100 kilómetros de la frontera con Sudán del Sur está en medio de una zona seca y cálida. Aquí viven, más mal que bien, unas 180.000 personas en cabañas o casas de adobe. Sus residentes huyen de la guerra o el hambre en Sudán y Sudán del Sur, Somalia, Uganda y otros países vecinos.
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No paran de llegar refugiados, todos los días
Kakuma fue construido para albergar a 125.000 personas, pero desde su apertura no han parado de llegar personas en busca de refugio. Cada mes se suman unas mil o dos mil personas. Teresa Akong Anthony, en la imagen, vino desde el sur de Sudán hace dos semanas. Ahora espera a la sombra de una choza que ella y sus tres hijos sean registrados como refugiados. La temperatura hoy es de 37 grados.
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¿Nacionalidad? Refugiado
Kakuma está lleno de jóvenes: más del 60 por ciento de los habitantes tienen menos de 17 años de edad. Muchos han nacido o se han criado en el campo. Para ellos, la palabra "casa" es difícil de definir. A menudo, no tienen ninguna relación con su país de origen, pero tampoco son kenianos. Se trata de jóvenes nacidos como refugiados.
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Madre malnutrida, bebé malnutrido
Kandida Nibigira huyó de la violencia en Burundi hace tres años. Aquí vive con sus ocho hijos en una choza de barro. La vida para toda la familia es un inmenso reto diario: temperaturas alrededor de los 40 grados, suelo muy seco y poca comida. "Comemos sólo una vez al día", dice esta mujer de 38 años de edad, que intenta dar pecho a su hijo, a pesar de su propia malnutrición.
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No hay suficiente dinero para la comida
En este campo de refugiados operado por ACNUR se distribuyen alimentos unas dos veces al mes. Si los residentes muestran su tarjeta de racionamiento, reciben aceite, mijo, frijoles, maíz fortificado y jabón. Debido a que no hay suficiente dinero disponible, las raciones de diciembre se redujeron a la mitad. La comida debe ahora alcanzar para todo un mes.
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El hambre desespera
Hacer colas para recibir las respectivas raciones demora hasta cinco horas. Los trabajadores son aislados por una malla de alambre para protegerlos de la violencia que puede surgir ante la desesperación de la escasez y el hambre.
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Un campamento convertido en “ciudad”
Además de las tarjetas de racionamiento, los residentes del campo obtienen vales que pueden canjear en ciertas tiendas. En los últimos 25 años, Kakuma se ha convertido en una pequeña ciudad. En el mercado se compran y venden cosas de uso cotidiano: alimentos, herramientas, artículos eléctricos o tarjetas SIM.
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Mucha gente, poco trabajo
Los refugiados en Kakuma sólo pueden trabajar con un permiso especial, pero hay poco trabajo. Algunos trabajan para organizaciones benéficas. Para aumentar sus posibilidades laborales, hay proyectos individuales de formación. Aquí, tanto los refugiados como la población local pueden formarse en carpintería, electricidad y costura.
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Sin familia ni educación
"Quiero ser una enfermera," dice Kamuka Ismali Ali, quien huyó de la guerra en el sur de Sudán. "Todavía no sé si mi familia vive”. Kamuka, de 20 años de edad, asiste a una escuela en Kakuma y quiere graduarse. "Cuando la guerra termine, ansío poder volver a ver a mi familia y ayudarla".
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Integración: auto-sustento y convivencia
Gracias a la ayuda internacional, los habitantes de este campo de refugiados pueden recibir la atención más urgente. Debido a que Kakuma crece todos días y los refugiados son separados de la población local, unas 60.000 personas serán reubicadas en otro nuevo campo, a unos 20 kilómetros de distancia. La idea es promover el auto-sustento de los refugiados y la convivencia con locales.
Autor: Rahel Klein