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Macron en su trono: ¡Salve, Júpiter!

Barbara Wesel
21 de julio de 2017

El presidente francés propicia la renuncia del jefe del Ejército y entra en pugna con los alcaldes. Recorta gastos sin discutirlo y gobierna en forma cada vez más autoritaria. Macron debe madurar, opina Barbara Wesel.

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Frankreich Emmanuel Macron, vor Rede in Versailles
Imagen: Reuters/E. Laurent

Quería gobernar como Júpiter, el rey de los dioses romanos; así lo anunció Emmanuel Macron en la campaña electoral. Todo lo contrario del pequeñoburgués Francois Hollande. Los franceses quieren un presidente distante, que emita órdenes desde la altura, según el esbozo del estilo de gobierno de Macron. Pero ahora parece que el juvenil amo del Elíseo exagera y encuentra rápidamente resistencia en el ámbito político interno.

Logrado debut internacional

En materia de política exterior, el presidente francés ha mostrado hasta ahora seguridad y una notable habilidad. Los franceses disfrutaron cuando invitó al jefe del Kremlin al pomposo Versalles y lo criticó allí públicamente. Eso probablemente no haya convertido a Vladimir Putin en su mejor amigo, pero fue algo efectivo y popular.

También actuó con desenvoltura ante el errático Donald Trump. Ya sea durante el apretón de manos entre dos machos alfa, en el recorrido turístico que incluyó a la Torre de Eiffel, o en la parada militar: el francés lució siempre como el ganador. Sus conciudadanos ni siquiera le tomaron a mal que hubiera invitado al detestado presidente estadounidense a la celebración del Día Nacional de Francia. Lo aceptaron como una jugada astuta. Macron también lo ha hecho todo bien hasta ahora en Europa. Se muestra cordial con Angela Merkel, lanza advertencias a los europeos del este poco democráticos y muestra a los británicos lo que es el eje germano-francés. Hasta ahí, todo bien.

Viento en contra en casa

Pero, tras la luna de miel, el presidente aterriza ahora en el duro terreno de la realidad de la política interna. Aunque ya estaba claro desde hacía tiempo, parece haber descubierto de pronto que deberá ahorrar miles de millones en el nuevo presupuesto estatal, para mantenerlo por debajo del límite de nuevo endeudamiento de la eurozona. Eso es importante, porque quiere hacer negocios con Alemania e impulsar la integración económica y monetaria. Y para eso deberá demostrar primero que efectivamente puede reducir el gasto fiscal y llevar a cabo las reformas.

Ambas cosas tendrán un costo político interno. Y este será tanto más alto, cuanto más intente Macron gobernar como Júpiter con su cetro de relámpagos. En lugar de discutir con el jefe del Ejército, ordenó ahorrar 850 millones y, tras la protesta del popular general, lo sermoneó públicamente, como si se tratara de un escolar. Este no tuvo más opción que renunciar. Fue un muy mal manejo del oficio político y hasta seguidores de En Marche quedaron consternados.

Falta de debate

Barbara Wesel Studio Brüssel
Barbara Wesel.Imagen: DW/G. Matthes

Indignados están también los alcaldes y concejales que tendrán que ahorrar dolorosamente en los próximos cinco años. Naturalmente, la mayoría tiene claro que el Estado debe reducir drásticamente sus galopantes gastos. Pero no le hará bien al presidente decretar los recortes, sin discusión, desde lo alto de su trono. Los franceses se molestan rápidamente. Aún cuando aprecien un poco de alarde monárquico en el presidente, no quieren ser tratados como súbditos.

Por lo demás, ni siquiera ha comenzado la lucha de los sindicatos, al igual que de los partidos de izquierda y derecha, contra la reforma laboral. Sus preparativos parlamentarios comenzarán la próxima semana. Macron dispone de la mayoría suficiente pero, si quiere sobrevivir políticamente, no debería azuzar la furia de la calle.

De la superioridad a la ridiculez

Emmanuel Macron controla su imagen pública como lo hiciera por última vez Francois Miterrand en los años 80. Los franceses lo llamaban "Dios". Pero, entretanto, los tiempos han cambiado y el presidente es muy joven. De la superioridad a la ridiculez hay solo un paso. Y Macron exagera. Confunde autoridad con autoritarismo y da la impresión de estar embriagado con su propio poder.

Su trato con la prensa apenas es ya democrático. Francois Hollande hablaba demasiado. Macron ya no dice nada. Ambas cosas son negativas. Hizo saber que sus pensamientos son demasiado sutiles como para discutirlos con periodistas. Eso es ridículo y constituye una exhortación a la sátira.

Emmanuel Macron debe madurar con urgencia, esquivar el delirio de grandeza y encontrar un camino intermedio entre las poses monárquicas y el ejercicio normal y democrático del poder. Últimamente se constató que los retratos oficiales del presidente, que deben colgarse en todas las reparticiones públicas francesas, son demasiado grandes para los marcos existentes. Un regalo para los caricaturistas. Pero, en realidad, el jefe del Elíseo es lo suficientemente inteligente como para saber que la ridiculez destruye cualquier autoridad.

Autora: Barbara Wesel (ERS/VT)