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Sociedad

Las chicas liberadas de Chibok: alegría y lágrimas

Adrian Kriesch
22 de mayo de 2017

Hace semanas, liberaron a 82 muchachas raptadas por la agrupación terrorista Boko Haram. Al fin, pudieron reencontrarse con sus padres en la capital de Nigeria, Abuya.

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Nigeria - Heimkehr der Chibok Mädchen
Imagen: Reuters/A. Sotunde

Están agotados e impacientes. Los padres de las 82 niñas liberadas viajan en buses muy incómodos desde Chibok, en el noreste de Nigeria, a Abuya, la capital. 

Pese a ello, a Rebecca Ntakai no la ha abandonado el buen humor. Mientras que otros padres luchan contra el sueño, ella cuenta chistes y no puede parar de reír. "Estoy simplemente agradecida y deseando abrazar a mi hija Hauwa", cuenta la madre. Al final llega el momento. Los padres se ponen en fila hasta que digan sus nombres. Con otros autobuses irán hasta el hospital del servicio secreto, donde sus hijas están siendo tratadas.

 

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Persecución tras el rapto

El padre de Hauwa, Keki Ntakai, también espera con impaciencia. No olvidará nunca el día que raptaron a su hija. "Cuando oí que fue raptada, me senté en una moto con mi hermano y los seguimos", dice Keki. De camino, encontraron piezas de ropa. Las chicas las dejaron caer para que sirvieran de huellas. Pero no sirvió de nada. "El Gobierno y los soldados no nos ayudaron aunque nos encontramos a varias bases militares por el camino", añade.

El Gobierno del entonces presidente Goodluck Jonathan fue duramente criticado por haber reaccionado muy tarde. Tres meses tras el rapto, el presidente se encontró con las familias y les aseguró ayuda: les prometió que verían a sus hijas tres semanas más tarde. Después solo hubo silencio.

Todos los días, los once hermanos de Hauwa preguntaban a su padre por su hija: "¿Cómo está? ¿Dónde duerme? Intentaba calmarlos y les decía que todo estaba bien y que un día regresaría", comenta Keki.

El presidente nigeriano, Muhammadu Buhari, y las muchachas liberadas.
El presidente nigeriano, Muhammadu Buhari, y las muchachas liberadas.Imagen: Reuters/Presidential Office/B. Omoboriowo

Lágrimas, alegría, plegarias

Keki Ntakai sube al final al bus. Minutos más tarde entran al recinto de los servicios secretos, donde reina una vigilancia extrema, pero en el interior el ambiente es festivo. Hay carpas de colores, comida, bebidas y música. Entonces, se abren las puertas y las 82 muchachas se encuentran con su padres. Tras tres años y dos meses. Lloran, ríen, bailan y rezan.

Rebecca toma a su hija y se la cuelga a la espalda, como hacía hace años cuando su hija era una niña. Hauwa no puede parar de llorar. El padre la aprieta contra su pecho y lucha también para que no le corran las lágrimas. Pero los sentimiento pueden más y también termina llorando.

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Ninguna pregunta sobre el pasado

Hauwa lleva una vestimenta tradicional y parece saludable a primera vista. Pero nadie sabe por lo que ha pasado. Los periodistas no pueden hablar con ellas. Ntakai tampoco quiere hacer preguntas delicadas. Ahora, no. Y menos en este lugar.

El Gobierno presume del apoyo que presta a las chicas, aunque recibe cada vez más críticas. Las chicas liberadas se quedarán en la capital, bajo la tutela del Gobierno, donde recibirán apoyo médico, sicológico y volverán a ir a la escuela. En octubre de 2016, 23 muchachas fueron liberadas. Algunos de los padres se quejaron a DW de que solo han podido ver a sus hijas una sola vez y no tienen contacto con ellas. El Gobierno anunció que pronto visitarían Chibok.

"El Gobierno tiene algunos problemas de seguridad", diece el analista Jibo Ibrahim del Centro de Democracia y Desarrollo. "La mayoría de las chicas fueron casadas con miembros de Boko Haram y a las fuerzas de seguridad les preocupa que algunas se hayan convertido", explica. Sin embargo, no es aceptable que estén tanto tiempo separadas de sus familias y amigos: "No puedo ver ninguna justificación y los motivos del Gobierno no son tampoco suficientes", añade Ibrahim.

Los padres no quieren pensar ahora en que Hauwa no regresará con ellos a Chibok. "Estoy tan feliz y agradecido a Dios", dice el padre, y le ofrece a su hija un viejo celular para que pueda hablar con sus hermanos. Su madre, Rebecca, le muestra fotos de la familia. En estos tres años, han llegado nuevos miembros a ella. "Estoy tan agradecida", repite una y otra vez. Y no puede parar de reír.

Adrian Kriesch (RMR/DZC)