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“Mi vecino musulmán piensa lo mismo”

Felix Steiner (LGC / JOV)10 de enero de 2015

Es hora de confesarse: soy cristiano católico, y me alegra serlo, dice Felix Steiner, redactor de DW, quien, como su vecino musulmán, rechaza que una religión sea desacreditada por unos pocos violentos.

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Symbolbild Christentum Judentum Islam
Imagen: picture alliance /Godong/Robert Harding

La fe me fortalece, así como la satisfacción de considerarme algo más que un fenómeno de la naturaleza, más que un accidente biológico que de la nada salió y en la nada desaparecerá.

Soy una imagen de Dios, del mismo que los judíos llaman Yahvé y los musulmanes Alá. Así está consignado en el Libro del Génesis, sagrado tanto para judíos como para cristianos. Y por eso tengo, como todas los demás humanos, dignidad. Una dignidad que es inviolable, que la ley de cada país está obligado aproteger y respetar. Así que no es casualidad que esa, exactamente, sea la primera frase del Artículo 1 de la Constitución alemana.

El Estado protege mi fe

Acepto que no todos necesiten tal apoyo en la fe. Las sociedades libres de Occidente no obligan a nadie ni a profesar una fe ni a creer en algo. Pero aunque al Estado alemán no le importe cuáles sean mis creencias, debe respetarlas, ya que la ley garantiza "la libertad de culto". También esto aparece bien al principio de la Ley Fundamental. Por esta razón, no puedo aceptar que, por ejemplo, una joven se desnude durante la misa deNavidad en la catedral de Colonia y se suba al altar gritando "Yo soy Dios", sino que me alegro de que un tribunal la condenara a pagar una multa.

Deutsche Welle Felix Steiner
Felix Steiner, redactor de Deutsche Welle.Imagen: DW/M.Müller

Otras cosas sí que tengo que aceptarlas, aunque me molesten. Me molesta enormemente lo que arrastra por el suelo cosas que para mí son importantes, incluso sagradas. Por ejemplo, cuando se refieren al crucifijo con términos despectivos o cuando el Papa es representado con una mancha de orina en la sotana y el titular dice: "Encontrada la fuga en el Vaticano". Ningún crítico humorista ni viñetista está por ello en la cárcel en Alemania porque tales provocaciones están amparadas bajo la libertad...de expresión, de prensa o de la creación artística.

Y yo, como creyente, puedo evitarlos. Yo no tengo que asistir a sus espectáculos o, en dado caso, abandonar la sala. Yo no estoy obligado ni a leer ni a comprar una revista que crea que hiere mi susceptibilidad como creyente. Como cristiano culto, busco consuelo en una cita de Goethe: "Nada muestra más el carácter de una persona que lo que encuentra risible".

Todo esto es la herencia de la época que los historiadores llaman la "Ilustración". Simplificando, se trata de un asunto de reciprocidad: yo tengo la libertad para creer lo que quiera y acepto la libertad de los demás a decir cuanto quieran. Pero así mismo, nadie puede injuriar a otra persona ni los lugares de su culto, que también están protegidos por la ley, ya sean iglesias, sinagogas, mezquitas o templos budistas.

Desde hace de 300 años, Europa y América del Norte han tenido muy buenas experiencias con el principio de respetar las creencias de los demás y ser respetado por las propias.

Ninguna restricción para la tolerancia

El "Occidente ilustrado" ni puede ni debe imponer restricciones a este principio de la libertad de cultos. Los que quieran vivir aquí, tienen que aceptar estas reglas. Esto no es una desconsideración, aunque, a menudo, así les parezca tanto a algunos cristianos conservadores como a radicales musulmanes.

Y quien use la violencia por motivos religiosos o para golpear a los enemigos de su propia fe, no tiene, en pleno año 2015, fundamento alguno. Así piensan, no solo casi todos los cristianos de Europa, sino también más de nueve de cada diez musulmanes que viven aquí. Musulmanes que saben que si tuviéramos las mismas reglas que rigen en determinados países islámicos, les sería imposible practicar su religión. Y que, por esto mismo, valoran la tolerancia europea.

Que los brutales asesinatos cometidos por unos pocos radicales desacredite a toda una religión me ofende, de igual manera, a mí como a los creyentes musulmanes. Así como no me gusta que se diga que un mundo sin fe en Dios sería un mundo mejor. Como si la religiosidad tuviera siempre que desembocar en radicalismo. Rechazo decididamente esa suposición. Mi fe es muy preciada para mí y no voy a dejármela quitar. Por cierto, mi vecino musulmán piensa lo mismo.