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La química de la guerra

Stephanie Höppner / Evan Romero-Castillo27 de abril de 2013

Algunos expertos dan por sentado que en la guerra civil siria se está haciendo uso de armas químicas. ¿Qué hace la comunidad internacional para impedir que se utilicen este tipo de sustancias en los conflictos armados?

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Ejercicio de desactivación y manejo de armas químicas.
Ejercicio de desactivación y manejo de armas químicas.Imagen: picture-alliance/dpa

La utilización de sustancias químicas como armas de guerra no es un fenómeno nuevo; esa idea viene llevándose a la práctica con mayor o menor sofisticación desde hace siglos. El petróleo y la brea eran usados en la Antigüedad para acabar con el enemigo o poner coto a su asedio. Dos mil años después se usaron 124.000 toneladas de armas químicas en el marco de la I Guerra Mundial: 90.000 personas murieron bajo sus efectos y un millón de heridos vieron su salud dañada severamente por mucho tiempo.

Aquel macabro saldo de víctimas llevó a que treinta y ocho Estados firmaran el Protocolo para la Prohibición del Empleo de Gases Asfixiantes, Tóxicos o Similares y de Medios Bacteriológicos en la Guerra. Suscrito en Suiza el 17 de junio de 1925 y vigente desde el 8 de febrero de 1928, el Protocolo de Ginebra prohíbe el uso de armas biológicas o químicas; pero eso no impidió que las mismas fueran utilizadas en II Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en la Guerra de Vietnam (1955-1975) y en la I Guerra del Golfo, entre Irán e Irak (1980-1988).

Tomando en cuenta que el tratado en cuestión condenaba el uso, pero no se pronunciaba sobre la producción, el almacenamiento o la transferencia de armas biológicas –otros pactos se ocuparían de estos aspectos años más tarde–, cabe intuir que la fabricación y el tráfico de armas químicas de destrucción masiva se desarrolló considerablemente durante décadas. Algunos expertos dan por sentado que en la guerra civil siria se está haciendo uso de sarín, una potente neurotoxinaincolora e inodora que altera el funcionamiento del sistema nervioso.

En la imagen, una trabajadora de una instalación rusa para destruir armas químicas.
En la imagen, una trabajadora de una instalación rusa para destruir armas químicas.Imagen: picture-alliance/dpa

Armas de fácil fabricación

De los 195 Estados reconocidos por la ONU, 188 han suscrito la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, Producción, Almacenaje y Uso de Armas Químicas y sobre su Destrucción, que entró en vigor el 29 de abril de 1997. Angola, Burma, Corea del Norte, Egipto, Israel, Siria, Somalia y Sudán del Sur no están entre los firmantes del acuerdo, cuyo cumplimiento es supervisado por la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW, sus siglas en inglés). Sus labores de inspección son constantes; después de todo, fabricar este tipo de armas es muy fácil.

“Lo más complicado es tener acceso a los ingredientes que permiten producir un arma química”, sostiene el politólogo Gunnar Jeremias, director del Grupo de Investigación para el Control de Armas Biológicas de la Universidad de Hamburgo. “Existe una prohibición internacional de las armas químicas y esta controla también la producción y el comercio de sustancias relevantes para la fabricación de armas químicas”, agrega el experto, aludiendo tanto a las sustancias que matan como a las que se emplean “solamente” para poner fuera de combate al enemigo.

Algunas armas químicas constituyen venenos mortales para el ser humano, como el sarín; otras han sido diseñadas para destruir el medio ambiente alrededor de las víctimas, como el “agente naranja”, y otras “sólo” buscan entumecer o inmovilizar a las personas expuestas a sus efectos. No obstante, estas sustancias no siempre actúan como se espera. “El ‘agente naranja’ no es considerado un arma química por el derecho internacional, pero muchísima gente murió y se enfermo cuando éste fue usado por Estados Unidos en la Guerra de Vietnam”, explica Jeremias.

El especialista del Centro para las Ciencias Naturales y la Investigación de la Paz de la Universidad de Hamburgo trae a colación también una toma de rehenes en un teatro de Moscú, que culminó con la muerte de cien personas cuando los organismos de seguridad rusos rociaron el interior del edificio con un gas narcótico que, supuestamente, era incapaz de matar a una mosca.

Autores: Stephanie Höppner / Evan Romero-Castillo

Editor: José Ospina Valencia