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Jorge Semprún: "Estamos en un período de construir y no de odiar"

12 de abril de 2010

El campo de concentración de Buchenwald queda como un testimonio del totalitarismo en Europa. "Ahora, las amenazas son el populismo y particularismo", afirma el escritor español Jorge Semprún.

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Jorge Semprún, saluda a antiguos miembros de la resistencia española, recluidos como él en Buchenwald.Imagen: DW

"Nunca he estado aquí sin frío, sin este viento glacial que penetra hasta los huesos", dice el escritor español Jorge Semprún, que acudió por última vez a Buchenwald con motivo de la conmemoración del 65 aniversario de la liberación del campo.

"Es parecido a aquel 11 de abril de 1945", recuerda el autor de El largo viaje, cuya obra literaria y su propia identidad quedó irremediablemente marcada por las experiencias vividas durante los dos años que pasó recluido en este terrible lugar. "No hay odio ya contra el pasado. En nuestros países, en España, en América Latina, tenemos una gran costumbre de reconciliación después de los odios. Ahora estamos en un período de reconstruir, más que de odiar", asegura en conversación con DW-WORLD.

El literato y ex ministro de cultura español afirma que el monumento de Buchenwald se levantó en contra de los totalitarismos en Europa, pero hoy los desafíos son otros. "Ahora los peligros que acechan al continente son el populismo y el particularismo, ésa es la dificultad para construir una comunidad de 27 países, que todos tengan un foco común de democracia pese a ser tan diferentes. El objetivo es construir algo conjuntamente e implica un peligro, el de la dislocación más que otra cosa", dice Semprún con voz ronca. El intelectual llegó al campo de concetración de Buchenwald a los 21 años como miembro de la resistencia comunista. En su discurso, tanto tiempo después, recordó como los presos se levantaron, se hicieron con las armas de los soldados alemanes y salieron al encuentro de las tropas estadounidenses.

"¡Así fue!", gritaron algunos. Las palabras de Semprún fueron interrumpidas por una ovación de la multitud, que aguantó firme las gélidas temperaturas precisamente en la llamada Apellplatz, donde se pasaba lista a los prisioneros dos veces al día y se les obligaba a permanecer de pie durante horas bajo la nieve y el frío.

65. Jahrestag der Befreiung der KZ Buchenwald Flash
Antiguos prisioneros de Buchenwald, Vicente García (izq.) y Virgilio Peña (der.)junto con el embajador de España en Alemania, Rafael Dezcallar (centro).Imagen: DW

"Más viejos que un olivo"

Construido en 1937 en las afueras de la ciudad de Weimar, en el este de Alemania, a este campo de concentración llegaron inicialmente prisioneros políticos y soldados enemigos, pero luego le siguieron judíos gitanos y homosexuales. Comprende 170 hectáreas y hasta 1944 fueron recluidos en él unas 250.000 personas provenientes de 35 países.

"Jorge, tengo tan mala leche como cuando estábamos aquí", dice Virgilio Peña a su compañero de Buchenwald Jorge Semprún, al acercársele, después de la ceremonia.

"Hemos venido dos, representando a los que no pueden venir, porque ya somos más viejos que un olivo los que quedamos", dice Peña, republicano detenido en Burdeos, quien estuvo en el campo junto con otros 600 prisioneros españoles y cuenta cómo volvieron a organizarse en Buchenwald: "La gente que ha muerto aquí o eran muy jóvenes o muy viejos. Nosotros hemos resistido más porque teníamos la guerra de España, los campos de Francia. Yo soy uno de los que liberaron el campo éste, echamos a los jerarcas nazis porque aquí, en este campo, se organizó la guerrilla". El ex combatiente español estuvo 19 meses en Buchenwald.

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Muchos visitantes depositaron flores en los crematorios de Buchenwald.Imagen: DW

Soldados de origen latino

Entre la Tercera Armada estadounidense bajo el general George S. Patton entró a Buchenwald un pelotón de marines estadounidenses que hablaba español. "El primer tanque que nos encontramos iba conducido por un americano que nos oyó hablar en español y nos dijo: '¡Párate!' Echó el tanque hacia atrás y nos preguntó de dónde éramos. Le dijimos: 'españoles'. '¡Cómo, españoles aquí!' 'Pues mire, aquí estamos', le contestamos". Virgilio Peña ríe cuando recuerda que aquel oficial traía un paquete de galletas. "Nos las dio y creo que nos comimos hasta el papel. Luego nos dijo que era de origen mexicano".

Tras la liberación, muchos siguieron muriendo a consecuencia de las secuelas que les había dejado el hambre. "Yo estaba tan débil que no podía ni comer", dice Monik Mlynarski, presidente de la comunidad judía de Bad Nauheim, de 96 años. "Pesaba 36 kilos, la comida era escasa y habíamos caminado durante dos meses", recuerda.

Mynarski conoció después a otros alemanes que no eran como los nazis- su mujer, por ejemplo, una alemana con la que se casó en 1946.

"Según la religión judía, lo peor que puede suceder es que un muerto no sea enterrado, o que sea quemado. Tiene que reposar bajo la tierra para que pueda resucitar", explica Marina Stroisch, una visitante alemana que depositó una piedra junto con flores a la entrada del edificio en donde estaba el crematorio. La mujer proveniente de Zwickau, en el Estado alemán de Sajonia, llegó al acto acompañada de personas provenientes de varios países: de Rusia, Lituania, y también de Alemania.

Stroisch señala que visita el campo regularmente y siempre le hace recordar que hubo seres humanos encerrados en condiciones inimaginables. Aquí se trae a grupos escolares y jóvenes que han cometido una agresión de xenofobia, cuenta.

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Ed Carter Edwards, ex piloto de las fuerzas aéreas canadienses, acompañado de su familia.Imagen: DW

Piloto de guerra

Ed Carter Edwards, antiguo piloto de guerra canadiense, llegó a la conmemoración acompañado de hijos y nietos. Tenía 21 años cuando lo recluyeron en Buchenwald. Su avión de combate fue derribado en París después de 22 vuelos. Su flota volaba desde Inglaterra, de la que Canadá era aliada junto con otros países de la entonces Mancomunidad de Naciones (Commonwealth), como Australia y Nueva Zelanda. "Éramos muchos los voluntarios que queríamos ayudar a Inglaterra a luchar", recuerda.

Le gustaba mucho volar pero inmediatamente agrava su expresión al recordar los peligros de cada misión. "Podía ser muy desmoralizante porque te asomabas por la ventana mientras volabas en una misión nocturna y veías en la oscuridad una línea de luces que te atravesaba y luego una gran explosión. Sabías que alguien había muerto".

Junto con otros 186 pilotos, Edwards cayó prisionero. Pero en Buchenwald estuvo sólo tres meses: como por milagro, la Luftwaffe lo sacó de ahí. "Eran nuestros enemigos de combate y no me explico por qué nos salvaron", dice, "tal vez porque la guerra se aproximaba a su fin".

Autora: Eva Usi

Editora: Luna Bolívar