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Crisis venezolana cruza la frontera con Brasil

Marina Estarque enviada especial a Roraima
13 de diciembre de 2016

Más de 77.000 venezolanos de todos los estratos sociales han llegado al estado de Roraima. Huyen del hambre y el desempleo en su país. La capital, Boa Vista, y la ciudad fronteriza de Pacaraima son sus refugios.

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Estefani Benavides, de 18 años, trabaja ahora con su madre en Boa Vista.
Estefani Benavides, de 18 años, trabaja ahora con su madre en Boa Vista.Imagen: DW/K. Andrade

Hacía dos días que la estudiante venezolana Estefani Benavides no comía cuando su cuerpo se rindió. La joven de 18 años fue hallada inconsciente al lado del tanque donde lavaba la ropa. "Tuve que ir a buscarla", dice su madre, Yusmaris, de 32 años quien ya vivía en Brasil desde hacía cuatro meses−, y señala a la muchacha delgada que lava los cristales de los automóviles junto a un semáforo en Boa Vista, en el estado de Roraima. "Pero mis otros dos hijos todavía están allí", agrega disgustada.

Yusmaris y su hija se cuentan entre los más de 77.000 venezolanos que llegaron a Brasil por la ciudad fronteriza de Pacaraima en el norte de Roraima, entre enero de 2015 y septiembre de 2016, según datos del Ministerio de Justicia. En el mismo período, se marcharon poco más de 67.000, así que los que han permanecido en suelo brasileño sumarían unos 10.000.

No obstante, el gobierno de Roraima estima que 30.000 inmigrantes venezolanos viven actualmente en el estado, especialmente en Boa Vista y Pacaraima. La Policía Federal ha llevado a cabo deportaciones masivas –la última, de más de 450 venezolanos, fue impedida por la justicia el pasado viernes (9.12.2016). El 7 de diciembre, el gobierno regional declaró emergencia sanitaria debido a la sobrecarga de los hospitales locales, debido al aumento del flujo migratorio.

Como decenas de venezolanos, la familia de Yusmaris pasa el día junto a los semáforos, vendiendo pan casero, fresas, botellas de agua o limpiando cristales. "Es mejor estar aquí que allá sin comida. En el semáforo nos humillan, nos atropellan, nos echan agua en la cara, pero estoy orgullosa de poder enviarle comida a mi familia en Venezuela," cuenta Yusmaris, cuyos hijos uno de 14 y otro de 16 viven con familiares en Maturín, su ciudad natal.

Venezuela atraviesa una grave crisis política y económica, con una inflación prevista del 720% para este año. Faltan alimentos, medicinas y artículos de higiene básica. Así que cuando Yusmaris volvió para buscar a Estefani, casi trae a toda la familia. "Querían venirse todos a Brasil. Están comiendo sólo una vez al día. Llevé arroz y lloraban: ‘hace tanto tiempo que no como arroz'", relata Yusmaris. En Boa Vista, desde hace cuatro meses, la familia se divide el alquiler de una habitación de 350 reales (unos 105 dólares) con otros seis coterráneos.

Asilo en Brasil

Al igual que muchos venezolanos, Yusmaris ha entregado una solicitud de asilo en la Policía Federal en Boa Vista. Para los inmigrantes, esta es la manera más rápida y barata de establecerse en el país. Por eso, las solicitudes de asilo de venezolanos aumentaron de sólo una en 2012 a 825 en 2015. Hasta octubre de 2016, ascendían ya a 1.805.

Con la solicitud en la mano, los inmigrantes pueden obtener todos los documentos brasileños mientras esperan que su pedido sea procesado, lo que −según las autoridades locales− llega a demorar un promedio de dos años. "Cuando tenga el formulario, buscaré un empleo fijo", asegura Yusmaris. La gran demanda de refugio ha sobrecargado a la sede de la Policía Federal en Boa Vista, que amanece todos los días con decenas de venezolanos a la espera de ser atendidos.

Hace unos meses, la cola era tan grande que no había citas para antes de 2018. Así lo vivió Johandra Adabalo, de 23 años, que llegó a Boa Vista desde Ciudad Guayana, el pasado septiembre. Con su primera cita prevista para 2018, Johandra volvió y consiguió que la citaran para la semana próxima.

"Recibimos refuerzos de funcionarios y equipamiento de emergencia, y conseguimos triplicar la atención. Hoy servimos a 50 inmigrantes por día, pero todavía tenemos una lista de espera de cerca de cuatro mil citas", explica el delegado Marcos Aguiar Ribeiro, jefe de la Delegación de Policía de Inmigración del Estado de Roraima.

Johandra y Karelis (en la hamaca) duermen en una habitación con otros cuatro venezolanos en Boa Vista.
Johandra y Karelis (en la hamaca) duermen en una habitación con otros cuatro venezolanos en Boa Vista.Imagen: DW/K. Andrade

¿Visa humanitaria?

De acuerdo con expertos, los venezolanos optan por solicitar asilo porque la ley de inmigración es muy burocrática. Para solicitar un permiso de residencia, es necesario por lo general tener una justificación: trabajo, reunificación familiar, matrimonio o descendencia brasileña. Un nuevo proyecto de ley presentado ante el Congreso propone revisar el actual Estatuto de Extranjero, creado en 1980, durante el régimen militar. La medida fue aprobada por la Cámara de Representantes el 6 de diciembre y pasará ahora al Senado.

"Por eso, es más fácil pedir asilo. Mientras se evalúa la solicitud, la situación en el país de origen puede mejorar y se puede volver atrás, o la persona ya se casa o tiene un hijo brasileño y se puede quedar", explica Gustavo Flota Simões, profesor de Relaciones internacionales en la Universidad Federal de Roraima.

Como Venezuela también es parte del Mercosur, sus ciudadanos no necesitan un visado de ingreso al país. Tienen derecho a permanecer hasta 90 días en Brasil, por turismo. En la frontera, basta informar el motivo del viaje y la Policía Federal les entrega una autorización por el tiempo establecido.

Aunque solicitar asilo es más sencillo, los expertos afirman que es poco probable que se conceda masivamente este estatus a los inmigrantes venezolanos. En 2015 y 2016, de las 2.630 solicitudes de asilo presentadas por venezolanos, sólo seis fueron concedidas. Actualmente, de los 8.455 refugiados con que cuenta Brasil, sólo 11 son venezolanos.

"Estos extranjeros no califican como refugiados que huyen de su país debido a la persecución política, étnica, racial, religiosa. Son solo inmigrantes económicos", dice el delegado Ribeiro.

Preocupados justamente por la negación de estos pedidos, los movimientos sociales quieren exigir que el gobierno federal extienda a los venezolanos el visado humanitario ya concedido a los haitianos. "Ellos no están buscando un trabajo, una vida mejor en Brasil, huyen del hambre", afirma la hermana Telma Lage, abogada y coordinadora del Centro de Migración y Derechos Humanos de la Diócesis de Roraima.

Vida de refugiado 

Mientras se procesa su solicitud, Johandra y una amiga sobreviven vendiendo "dindin" (jugo congelado en bolsas) en la calle. Ganan alrededor de 25 reales por día, cada una. Johandra estudiaba para ser maestra y trabajó en un supermercado en Venezuela; pero, con la inflación, sus ingresos dejaron de alcanzar para pagar sus estudios y la comida.

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"Incluso si usted tiene dinero, tiene que pasar horas en la cola del supermercado y no puede llevar lo que quiera. Muchas veces, la comida ni siquiera llega a la tienda, pero alcanza para un grupo de chavistas que se la dividen entre ellos", se queja ella, que quiere enviarle comida a su madre y sus hermanos.

Su amiga, Karelis Delgado, de 27 años, trabajaba en una heladería en Caracas, por 20 reales al mes (unos 6 dólares). "Sólo un kilo de arroz cuesta 5 reales allí", dice. Karelis tuvo que dejar a sus dos hijos, un niño de cinco y otro de siete años, con su abuela: "Así que cuando salga de la solicitud de asilo, vuelvo a buscarlos. Porque aquí paso mis días llorando, lejos de ellos."

Karelis y Johandra comparten una pequeña casa con otros seis venezolanos. Duermen todos en la misma habitación, donde una cama doble y dos colchones ocupan casi todo el espacio. Hay un pequeño estante de plástico en el suelo y una hamaca pende sobre la cama. Un baño y una cocina, con una mesa de plástico, completan el inmueble.

El televisor es prestado. El refrigerador, de segunda mano. Y la estufa la hallaron en la basura."¡Una bendición!", celebran. Cuando entraron a Brasil, las amigas sólo tenían una cuchara y un plato, traídos de Venezuela. "Tuvimos que comer una primero y otra después," recuerdan. Ahora, exhiben orgullosas media docena de platos y cubiertos, cada uno de un tipo diferente. "¡Damos gracias a Dios! Llegamos aquí sin nada y mira cuánto tenemos ahora."