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Opinión: por una Europa sin barreras

Barbara Wesel5 de enero de 2016

Seis países europeos han instalado de nuevo puestos de control fronterizo. Esto es un obstáculo para la economía y pone en riesgo el futuro, no solo del Tratado de Schengen, dice Barbara Wesel.

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Imagen: Reuters/E. Gaillard

Para los usuarios del puente que une la ciudad sueca de Malmö con la capital danesa, Copenhague, los controles fronterizos que volvieron a ser impuestos constituyen una molestia mayúscula. Cuestan tiempo, y también dinero. Muchas personas que hasta hace poco se trasladaban entre ambas localidades corren el riesgo de verse tan obstaculizadas, que piensan en mudarse o en buscar otros puestos de trabajo. Los controles afectan el rendimiento económico en la gran región fronteriza. ¿Vemos el fin del Tratado de Schengen? El pequeño pueblo vinícola en la frontera entre Luxemburgo y Alemania dio nombre hace treinta años al acuerdo que permitió una Europa sin fronteras. Los productores de vino en ambas riberas del limítrofe río Mosela ven crecer ahí sus cultivos, pero el pueblo puede transformarse ahora en un símbolo del fracaso de Europa.

El Tratado de Schengen es, junto con la unión monetaria, el logro más importante de la Unión Europea. Gracias a él, hace mucho tiempo que vastas regiones en lo que fueron las antiguas fronteras son la sede de afectos, viviendas, puestos de trabajo y lugares de estudio que se desenvuelven independientemente de los límites nacionales. Ahí, la antigua vida marcada por las barreras y los controles de pasaportes llegó a convertirse en una distendida vecindad. Y todo ello ha sido puesto en la cuerda floja para impedir la llegada de más refugiados. Si el gobierno de Suecia actuara de forma racional, lo primero que tendría que hacer sería el siguiente cálculo: cuál es el costo del impacto económico en las regiones fronterizas, cuán grandes son los daños a las exportaciones y, por otro lado, cuánto cuesta aceptar a más refugiados.

Pero aquí está el problema. No se trata de esgrimir argumentos racionales, sino de emociones: el sentimiento nacional de pérdida de control, de defensa ante lo distinto, del recuerdo nostálgico de un pasado en el cual quizá uno podía simple y sencillamente evadir los problemas. Con todo el progreso de la creciente Europa a lo largo de las pasadas décadas, no se ha logrado construir una nueva mentalidad entre los ciudadanos. Apenas las cosas se ponen difíciles, se busca la cura en los antiguos Estados nacionales. Y los políticos de la UE ceden dócilmente ante esta tentación. Con la honrosa excepción de Angela Merkel, se dedican a observar el auge del populismo de derecha sin ofrecer resistencia alguna. En vez de explicarle a los ciudadanos cuánto es lo que se perdería si vuelven a alzarse las cercas y las barreras, los políticos europeos de todos los colores ceden ante la presión de la derecha en Estocolmo, Copenhague y París.

Barbara Wesel, corresponsal política de DW en Bruselas
Barbara Wesel, corresponsal política de DW en BruselasImagen: DW/G. Matthes

El enemigo en casa

La idea fija de que Europa del Este es el bastión de la regresión política europea nos ha hecho olvidar algo en los últimos meses: los populistas de derecha están entre nosotros. También tienen fuerza en el norte otrora liberal y cultivan grandes frutos entre nuestros vecinos franceses. Su fuerza destructora es visible ya en casi todos los países europeos. En vista de todo ello, la canciller y su optimismo corren el riesgo de zozobrar. Luego de la cumbre de Bruselas, poco antes de la Navidad, Merkel dijo que creía en la posibilidad de que se produjera una pronunciada curva de aprendizaje entre los ciudadanos europeos; que la mayoría de los países miembros entenderían que es necesaria la solidaridad en cuanto a la crisis de refugiados. Hasta el momento no ha sido así. Al contrario: la mayoría de los gobiernos prefieren aceptar daños políticos y económicos a buscar juntos soluciones constructivas, tan solo para no aparecer como demasiado dadivosos en la cuestión de los refugiados.

¿Es posible salvar a Schengen? Los controles conjuntos en las fronteras exteriores de Europa, la conformación de una política común para refugiados y muchas otras bellas ideas para salvar a la Europa sin fronteras, puede que hayan llegado demasiado tarde. El dudoso acuerdo con Turquía que debería mitigar el flujo de refugiados no ha dado frutos tangibles hasta el momento. Y por si fuera poco, los esfuerzos para lograr la paz en Siria se ven amenazados por el reciente conflicto entre Arabia Saudita e Irán. Las perspectivas no son buenas. El año comienza mal para Europa, y cuesta trabajo ver la situación con ojos optimistas. Si no se logra detener esta dinámica negativa en los próximos meses, 2016 podría pasar a la historia como un “annus horribilis” para Europa.