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Opinión: Derechos humanos: ¿dónde si no en Alemania?

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Astrid Prange De Oliveira
10 de diciembre de 2016

Los derechos humanos más básicos son pisoteados en muchos lugares del mundo. Por ser un país próspero y estable, Alemania debe servir de ejemplo y sobresalir como defensora de los mismos, opina Astrid Prange de Oliveira.

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Imagen: picture-alliance/dpa/J. Kalaene

A estas alturas, cabe preguntarse si la Declaración Universal de los Derechos Humanos ha terminado por convertirse en un mero apéndice de la política internacional, sin función concreta alguna. ¿Ha perdido credibilidad la Carta de la Conciencia Mundial, leída en voz alta por Eleanor Roosevelt ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948? De cara a los crímenes de guerra que se perpetran frente a nuestros ojos en Alepo, es tentador responder a esa pregunta con un "sí”.

¡La Tierra arde! Una noticia espantosa siga a la otra: el hambre en Siria, la guerra en Yemen, el terror en Nigeria, el desmontaje del Estado de derecho en Turquía y también en el corazón de Europa, en Polonia y Hungría. La lista de las violaciones de los derechos humanos alrededor del mundo ha adquirido una longitud espeluznante.

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Astrid Prange de Oliveira, comentarista de DW.

La dignidad humana es intocable

Estos dramáticos sucesos se reflejan también en Alemania. Los redactores de la Ley Fundamental para la República Federal de Alemania, como es llamada su Constitución, incluyeron la afirmación principal de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en ese documento. Su primer artículo reza textualmente: "la dignidad humana es intocable. Respetarla y protegerla es el deber de todos los poderes del Estado”.

No obstante, la dignidad humana es igualmente vulnerable en territorio alemán: las residencias de refugiados arden, los atentados terroristas siembran el miedo, comentarios cargados de odio proliferan por todas partes y el racismo se intensifica. Y estas tendencias no surgieron en otoño de 2015, cuando el país recibió a cientos de miles de solicitantes de asilo. Hace veinte años ya se le prendía fuego a los edificios habitados por inmigrantes y refugiados.

El Instituto Alemán para los Derechos Humanos hizo alusión a estos déficits en su reporte más reciente y le recomendó a la clase política de Berlín que no se limitara a acusar recibo de la información, sino que hiciera más por poner coto a estos peligrosos acontecimientos. Y es que la defensa de los derechos humanos comienza en casa. Hace un año, el Gobierno federal demostró que los derechos humanos son un elemento integral de la política alemana cuando acogió a los refugiados.

Alemania necesita ser convencida a diario

Pero aún después de ese enorme esfuerzo humanitario, la élite política germana debe invertir más energía en hacer labor de convencimiento entre sus compatriotas. Una porción de la población parece no tener claro que los derechos humanos aplican para todos los habitantes del país. La protección y el ejercicio de los mismos deben ser reivindicados a diario frente a los alemanes y a los extranjeros. El respeto de los derechos humanos es una prueba de fuego permanente para las sociedades democráticas.

Está claro que desarrollar una política de derechos humanos coherente es una utopía. Eso se debe, para empezar, a que los conflictos internacionales son muy complicados; las guerras, asimétricas; y los intereses económicos, muy difíciles de reconciliar. En términos de política exterior, para Alemania y el resto de la Unión Europea va a resultar muy cuesta arriba reinstaurar la credibilidad perdida en su tratamiento de los derechos humanos. Mientras Occidente critique la situación de los derechos humanos en Cuba y calle sobre los ajusticiamientos masivos en China, políticos como Vladimir Putin y Recep Tyyip Erdogan seguirán teniéndola fácil.

Larga lista de pecados

Por si fuera poco, el Gobierno alemán contradice sus valores y su perspectiva del mundo con su política exterior. La lista de pecados es larga: va desde el controvertido pacto entre la Unión Europea y Turquía hasta los contratos de exportación de armamento hacia Arabia saudita, pasando por la negativa de ofrecerle asilo al whistleblower Edward Snowden.

Alemania sólo tiene una opción para salir de esta frustrante discordancia: dar un buen ejemplo, por lo menos en su territorio. El deber de obedecer el artículo 1 de su Constitución nunca debe tener un rango secundario ante el clamor de la austeridad, o ante las concesiones políticas, o ante las ofertas populistas con que los partidos nacionales intenten sacar ventaja los unos frente a los otros. Para la imagen de Alemania en la escena global, el enaltecimiento y la protección de los derechos humanos es una cuestión existencial. Fue sólo arguyendo explícitamente su compromiso con los valores de la libertad, la justicia y la paz que Alemania se levantó de las ruinas que dejó la Segunda Guerra Mundial.

Astrid Prange de Oliveira