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Opinión: Un ataque a los derechos democráticos básicos en Rusia

Cornelia Rabitz jefa del servicio ruso de DW-RADIO7 de octubre de 2007

La periodista rusa, Anna Politkovskaya, fue asesinada hace un año. Los esfuerzos fracasados por esclarecer su muerte demuestran que Rusia está lejos de ser una democracia con un sistema judicial independiente.

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Denunció la corrupción y el abuso de poder. Incansablemente informó sobre asesinatos, raptos y tortura en Chechenia. Criticó a los políticos del Kremlin. Nunca temió el riesgo personal. Fue incorruptible, investigativa y valiente.

Anna Politkovskaya destapó y estorbó a muchos. A través de sus reportajes hizo amigos y se ganó el respeto y el reconocimiento, pero también se hizo enemigos mortales. Se convirtió en figura modelo para todos aquellos que ven en los periodistas a portadores de cualidades morales, democráticas y educativas. Y se convirtió en figura enemiga de todos a los que criticó.

Anna Politkovskaya fue asesinada el 7 de octubre del año pasado, se convirtió en víctima de su profesión y de su imagen política y moral. Se desconoce hasta el día de hoy quiénes fueron sus asesinos, quién se esconde tras el crimen, quién lo comisionó y quién disparo los tiros mortales.

Cornelia Rabitz
Cornelia Rabitz.

Pocos fueron los que en el impero de Putin tuvieron el coraje de apoyarla en vida. Pocos muy pocos demostraron interés por su trabajo. Poco después de su muerte el presidente ruso -durante una visita a Alemania- dijo que Politkovskaya fue una persona insignificante, sin influencia. Pero ella es, obviamente, una espina incrustada en la Rusia oficial.

Aún cuando nadie pueda comprobar una complicidad inmediata de los líderes políticos y especialmente del mismo Vladimir Putin, el asesinato de la incorruptible Anna Politkovskaya fue sólo posible en un entorno en el que prevalece el desprecio total de los principios democráticos, la justicia y el debate público.

Un periodista crítica resulta espinosa en un entorno en el que la democracia ha degenerado en espectáculo superficial, en el que los medios de comunicación, partidos e instituciones libres no son más que un escenario para los esquemas de los servicios secretos y las intrigas de las elites locales. Adicional enojo causó a sus enemigos políticos el hecho de que su reputación internacional generara en Occidente constantes críticas contra Rusia.

Por esto el asesinato de la periodista sigue teniendo un fuerte valor simbólico un año después. Fue un ataque a los derechos democráticos básicos. Fue un golpe decisivo a las debilitadas libertades de prensa y opinión. Destapó el lado oscuro de Rusia.

El hecho de que no se registren todavía adelantos verdaderos en la investigación, sino sólo un embrollo de atenuaciones, de arrestos espectaculares, errores judiciales y acusaciones anuladas, evidencia sólo una cosa: queda pendiente que Rusia demuestre que es una democracia con sistema judicial independiente.