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Un estremecedor discurso

Christoph Strack 18 de octubre de 2015

Más allá de recalcar la deriva fundamentalista en el Islam, el discurso del orientalista Navid Kermani al recoger el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes supone un aldabonazo para Occidente, opina Christoph Strack.

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El orientalista Navid Kermani, ganador del Premio de la Paz de los Libreros Alemanes 2015.
El orientalista Navid Kermani, ganador del Premio de la Paz de los Libreros Alemanes 2015.Imagen: picture-alliance/dpa/A. Dedert

En las estanterías, sus libros son difíciles de clasificar. El orientalista Navid Kermani, de 47 años, es algo cada vez más difícil de encontrar: un intelectual. Uno que, además, tiene poco que ver con esa distante erudición de salón que tantos escritores exhiben en la Feria del Libro de Fráncfort. Su discurso al recibir el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes fue cualquier cosa menos ligero. Habló de las víctimas, cristianas y musulmanas, del autoproclamado Estado Islámico; de la antigua grandeza de la cultura islámica, cuyo misticismo conmovió a pensadores como Goethe, Proust y Lessing; y de su decadencia, paralela, por cierto, a la de la grandiosa idea del proyecto europeo.

Kermani se acordó de los monjes cristianos que decidieron quedarse en Siria a pesar de la guerra y con los que desde hace tiempo mantenía una relación amistosa, describiéndolos casi como a mártires que no huyeron del peligro por amor a sus hermanos, cristianos o musulmanes, de Qaryatein, cerca de Homs. A estas y a todas las víctimas del terror recordó Kermani al final de su discurso, que fue recibido con recogimiento. Como una oración. ¡Vaya escena para la Iglesia de San Pablo, cuna de la democracia alemana!

Christoph Strack, comentarista de Deutsche Welle.
Christoph Strack, comentarista de Deutsche Welle.Imagen: DW

El discurso dibujó un cuadro dramático del Islam actual. Kermani dijo que del Estado Islámico, “esa secta de terroristas”, se desprende una imagen terrible de su religión. Recordó las imágenes que llegan de Siria e Irak, “donde aún se levanta el Corán y se clama ‘Allahu akbar’ en cada decapitación”. Lapidación, asesinatos, masacres, crucifixiones, esclavitud. Afganistán, Pakistán, Nigeria, Libia, Bangladesh, Somalia, Mali, Arabia Saudita, Irán, Bahréin, Yemen… Nada de esto constituye un enfrentamiento entre el Islam y Occidente. Es más bien como si el Islam orquestara “una guerra contra sí mismo”. Un Islam que olvida sus raíces y deja sólo las “ruinas de una enorme implosión espiritual”.

Un discurso rabiosamente político

¿Ruptura con el Islam? Kermani dejó ver su amor por esa religión, por el misticismo, por el sufismo. Pero comparó las actuales convulsiones en el mundo musulmán con lo que supuso la Primera Guerra Mundial para Occidente. Y, al mismo tiempo, dijo atisbar el surgimiento de “un nuevo pensamiento religioso”; no tanto en el corazón del mundo árabe como entre los musulmanes de Asia, África, Irán o Turquía… incluso entre los de Occidente.

En un momento dado, su discurso se volvió rabiosamente político. Kermani condenó la estrecha colaboración entre Occidente y Arabia Saudita, criticó su hermandad con un “dictador como el general Al Sissi”, de Egipto, y lamentó que se mire hacia otro lado frente a violaciones cotidianas de los derechos humanos. El terror ha llegado a Europa. Él no pretende hacer un llamamiento a la guerra, aclaró Kermani, sino sólo advertir “que hay una guerra, que somos sus vecinos más cercanos y como tales debemos comportarnos”. Irán, Turquía, los Estados del Golfo, Occidente y Rusia deberían, aunque sea militarmente, poner fin al horror y detener el derramamiento de sangre por parte de Estado Islámico y del régimen de Bashar al Assad en Siria. Se escucha su mensaje, pero apenas se cree que vaya a surtir algún efecto.

¿Y Europa? Navid Kermani lamentó el desinterés mostrado ante una catástrofe que se trata de contener a distancia “con cercas de alambre de púas, buques de guerra, redibujando a sus víctimas como si fueran enemigos y elevando pantallas mentales”. Y eso sin deslucir que el proyecto europeo es “políticamente lo más valioso que este continente ha producido nunca”.

“Como modelo, es casi una utopía. Quien haya olvidado por qué es necesaria Europa, debe buscar en las demacradas, exhaustas caras de los asustados refugiados la mirada del que dejó todo atrás, arriesgando su vida, por la promesa que Europa todavía sigue representando”. El flujo de refugiados evidencia dónde confían encontrar esos miles de musulmanes una vida mejor: “en cualquier caso, no en las dictaduras religiosas”. Tal vez los alemanes deberíamos guardarnos la memoria de estas palabras en el corazón.

Línea coherente

La Feria del Libro es siempre, también, un indicador económico clave. Balances anuales, contratos, visitas... Para ella es un buen año. Uno de los mejores desde su creación. Este año, el país invitado es Indonesia, el de mayor población musulmana del mundo. Durante la ceremonia inaugural habló Salman Rushdie, amenazado por la línea mas dura del islamismo iraní. El punto final lo puso el, como él mismo se define, “musulmán occidental” Navid Kermani. Los responsables han plateado, con ellos, uno de los grandes temas del presente: la cuestión de la decadencia y el futuro del Islam.

Este reconocimiento vale también para otros nombres de la lista de ganadores. Como el israelí David Grossman (2010), el argelino Boualem Sansal (2011), el chino Liao Yiwu (2012), la bielorrusa Svetlana Alexievitch –ahora también reconocida con el Premio Nobel de Literatura (2013)– o la americana Jaron Lanier (2014 ). El jurado continúa una línea coherente con las decisiones de otros años: autores que escriben desde la empatía, con fuerza, rabia o, incluso, con ternura. Navid Kermani ha grabado su nombre, mediante su gran discurso, en esta tradición.