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Merseburg - plácida y bella

16 de diciembre de 2010

¿Merseburg? Pocos podrían situarla en el mapa. Y, en realidad, es muy fácil: a orillas del río Saale, en el doceavo grado de longitud… y en los hechizos mágicos.

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El Dom de Merseburg.Imagen: picture-alliance / akg-images

Ella ofrece el paisaje perfecto para una postal: Merseburg, la antesala a la región colmada de castillos que bebe de los ríos Saale y Unstrut; una villa plácida, romántica, con unos 30.000 habitantes y mucha historia oculta en sus calles y alrededores. Ella misma pareciera ser, a veces, un secreto bien guardado: hasta hace poco, lo que la mayoría sabía de Merseburg –si es que sabía algo de ella en absoluto– es que la ciudad formaba parte del nocivo triángulo químico Halle-Merseburg-Bitterfeld, con todas las nefastas implicaciones que eso traía consigo.

Vivir en Merseburg no siempre ha sido fácil. No ha pasado mucho tiempo desde que las centrales químicas de Buna y Leuna dejaron de sumir a la región en una nube de humo y polvo. Fueron esos años los que le concedieron a Merseburg la fama de ser una de las ciudades más sucias de Europa.

Pero eso pertenece ahora al oscuro pasado de una ciudad que respira de nuevo y se esfuerza por recuperar el esplendor de otras épocas. Gracias a las directivas medioambientales vigentes, las chimeneas de la industria química han dejado de contaminar el cielo de Merseburg. La neblina que generaba el carbón se ha disipado y la urbe se parece poco a poco a la de antes, a la Mersiburc civitas que en el siglo IX fuera lugar de esparcimiento predilecto para emperadores y reyes, duques y obispos.

Entre Lutero y la cultura pagana

Merseburg
Puente sobre el río Saale en Merseburg.Imagen: picture-alliance/ZB

Vestigios de esa herencia histórica se pueden reconocer aún en la catedral de Merseburg, eregida en 1015 por el emperador Enrique II. A lo largo de sus casi mil años de vida, esta iglesia ha visto pasear por sus salas a más de cuarenta obispos y ha acogido a personajes como Martín Lutero. Al teclado de su órgano, de 5.700 tubos y 81 registros, se ha sentado el mismísimo Franz Liszt, uno de los compositores para piano más virtuosos del siglo XIX.

Pero Merseburg, situada en el sur del estado federado de Sajonia-Anhalt, no sólo destaca por su tradición religiosa. En realidad, fue un descubrimiento que nada tenía de cristiano lo que hizo famosa a la ciudad: los hechizos de Merseburg – dos fórmulas mágicas concebidas para librarse del yugo del enemigo y para la sanación del caballo divino. Su importancia radica en su mera existencia; son los dos únicos testimonios que se conservan en alto alemán antiguo de la cultura pagana practicada por los germanos.

Química, carbón, agua

Libre de todo misticismo, con los pies en el suelo, con fe en las ciencias naturales y de la mano de la industria química se desarrolló la región a lo largo del siglo XX. Todo empezó con una planta de amoniaco. Hoy, las brillantes tuberías de las fábricas de Buna y Leuna rodean la ciudad. La química lo impregnó todo, el paisaje y las gentes, y sigue siendo la columna vertical de la economía en la zona. No sorprende, por lo tanto, que precisamente Merseburg fuera elegida como sede de la Escuela Técnica Superior de Química, fundada en 1954.

Mientras que la industria química no ha cesado su actividad, la minera, que determinó el destino de la región durante 300 años, ha desaparecido – las reservas de carbón se han agotado. Pero la huella dejada por la explotación de la piedra negra se está convirtiendo en el preludio de un futuro prometedor. Las perforaciones gigantescas que las minas de carbón abrieron en el valle de Geisel están llenándose de agua: de ahí nacen grandes lagos artificiales que podrían ser la luz que Merseburg llevaba tanto tiempo buscando, el final de un túnel que parecía no querer acabar nunca.


Autor: Sven Näbrich

Editor: José Ospina Valencia