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Luego de la primavera, llega el “invierno árabe”

Matthias von Hein (CP/JOV)14 de enero de 2016

¿Qué pasó con la “primavera árabe”? Luego de la revolución en Túnez ha corrido mucha agua bajo el puente. Actualmente, más bien se debería hablar de un “invierno”. DW entrevistó a una experta sobre el tema.

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Imagen: AFP/Getty Images

Deutsche Welle: A comienzos de 2011, una ola de protestas se extendió por varias regiones del mundo árabe. El ímpetu revolucionario alcanzó a Túnez, Egipto, Baréin, Libia, Yemen y Siria. Hoy en día, la euforia en las calles y plazas –y también en las mentes y el ánimo de muchos- se ha convertido en desilusión. ¿Hay todavía algún país en el que la revolución haya fructificado y donde la gente viva mejor que hace cinco años?

Muriel Asseburg: Túnez es el país en el que más progresos hubo. Pero no creo que se pueda decir que allí la revolución tuvo éxito. Las demandas tampoco se cumplieron en Túnez. Justamente aquellas referidas a cuestiones socioeconómicas ni siquiera fueron tenidas en cuenta: distribución justa de recursos, equilibrio entre el centro y la periferia, corrupción y nepotismo. En ninguna de esas áreas se lograron avances sustanciales. Sin embargo Túnez es el país en el que, como consecuencia de la revolución y del proceso que siguió a ella, se obtuvo un orden político –al menos formalmente- que es mucho más participativo, inclusivo y democrático que antes.

En otros países, el balance es negativo: Libia está sumida en luchas internas, así como Yemen; Siria sufre bajo una guerra civil; en Egipto hay una dictadura militar. ¿Fue demasiado ingenuo Occidente al apoyar esas revoluciones?

Occidente no fue ingenuo al apoyar los movimientos de protesta y los procesos de transformación que se desarrollaron durante la primavera árabe. Ingenuo fue esperar que esos procesos condujeran rápidamente a la democracia, al Estado de derecho y a la estabilidad sociopolítica. Fue correcto apoyar las exigencias de los manifestantes en contra del estancamiento, de los regímenes dictatoriales y de la discriminación étnica y religiosa. La cuestión es si ese apoyo fue suficiente. Tal vez Occidente debería haber dejado de lado otras prioridades y fomentado con todos los recursos a su disposición esos movimientos, sobre todo los procesos que se iniciaron luego.

Dra. Muriel Asseburg, de la Fundación Ciencia y Política de Berlín.
Dra. Muriel Asseburg, de la Fundación Ciencia y Política de Berlín.Imagen: SWP

¿Qué falló?

Las señales que enviaron, por ejemplo, los europeos, a la región no fueron lo suficientemente claras. Si bien la Unión Europea y sus Estados miembros dijeron que apoyaban la democratización, el Estado de derecho, etc., no estaban dispuestos, sin embargo, a cooperar con los poderes establecidos o con aparatos de seguridad no reformados para evitar una migración irregular, para luchar contra el terrorismo y para impulsar el comercio exterior de esos países.

A pesar de las diferencias entre los países de la primavera árabe, ¿cuál es, en su opinión, el denominador común que hizo que fracasara la revolución?

Hay en todos una característica común: un ámbito regional que no tiene ningún interés en que haya más participación política. Esas fuerzas se unieron en cada país con grupos cuyo objetivo era mantenerse en el poder o recuperarlo, en lugar de guiarlos hacia una transición política.

En concreto: ¿se podría decir que Arabia Saudita está entre esas fuerzas?

Sí. Los países conservadores del Golfo Árabe, sobre todo, Arabia Saudita, apoyar en algunos de esos países a fuerzas que llevaron adelante una contrarrevolución y que no tienen ningún interés en una transición democrática. Sin embargo, eso no se aplica a todos los países. En Siria, por ejemplo, apoyaron a los rebeldes contra el régimen de Bashar Al Assad.

Vista de Riad, Arabia Saudita. Allí el régimen asfixió las protesas, dice Muriel Asseburg.
Vista de Riad, Arabia Saudita. Allí el régimen asfixió las protesas, dice Muriel Asseburg.Imagen: Getty Images/AFP/H. Ammar

Eso también es una jugada geoestratégica: dado que Assad es considerado un aliado de Irán, tenía que ser retirado del poder.

Correcto, pero no del todo. Frenar a Irán era para los saudíes tan importante como evitar la desintegración de regímenes amigos, como, por ejemplo, el de Baréin, o impedir que se establecieran formas democráticas de gobierno en Egipto, en especial porque allí tenían un rival ideológico que trataba de posicionarse: los Hermanos Musulmanes.

¿Qué sucede en Egipto, uno de los países más poblados del mundo árabe y donde las protestas en la plaza Tahrir eran vistas con simpatía desde Occidente? ¿Por qué no funcionó allí la revolución?

Durante mucho tiempo, en los medios y en el discurso político dominó la idea de que “los islamistas secuestraron la revolución”. Pienso que eso es un error, ya que en Egipto el régimen nunca se desmoronó. Lo que se desmoronó fue, en realidad, solo la cúpula del régimen: Mubarak y su entorno, así como su partido. Pero la columna más importante del régimen, es decir, el Ejército, logró permanecer. Los líderes militares se deshicieron de Mubarak y pensaron en un principio que podrían trabajar con otra fachada: la de los Hermanos Musulmanes. Pero cuando se dieron cuenta de que eso no iba a funcionar de acuerdo a sus deseos, también se deshicieron de ellos.

La situación empeoró para mucha gente en los países árabes, y al mismo tiempo sigue habiendo motivos para que salgan a protestar a las calles, como hace cinco años. ¿Qué salida busca ahora ese descontento popular?

En este momento se observan tres fenómenos: en primer lugar, la oposición ya no se manifiesta a través de medios políticos, sino con violencia. Los países de la región están, en consecuencia, desestabilizados en su gran mayoría. Eso no solo vale para los países en los que hay guerra civil, sino también para Egipto. Allí, la violencia no se limita de ningún modo a la Península del Sinaí, sino que también se manifiesta dentro del país. En otros países árabes hay un gran riesgo de desestabilización y violencia política. Arabia Saudita es uno de ellos. El segundo de los fenómenos es que cada vez más gente joven se vuelca hacia el yihadismo. Y el tercero es la decisión de muchos, también jóvenes, de abandonar sus países y buscar suerte en Europa, o en otro lado.

Muriel Asseburg es experta en el Cercano y Medio Oriente y trabaja en la Fundación Ciencia y Política de Berlín (SWP). Recientemente apareció el libro “La amarga cosecha de la primavera árabe”, en el que colabora como autora.