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Elecciones en Túnez: motivo de orgullo y preocupación

Emilia Rojas Sasse24 de octubre de 2011

En las primeras elecciones libres celebradas en Túnez para formar una Asamblea Constituyente se perfila un triunfo de los islamistas. ¿Un motivo de preocupación? Un comentario de Rainer Sollich.

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Pese a que el país tiene menos habitantes que El Cairo, ha hecho historia de manera excepcional: a comienzos del año, el pueblo tunecino fue el primero en armarse de valor para expulsar del poder a un régimen autoritario. Y demostró, de manera notable, que en el mundo árabe la libertad, la democracia y los derechos humanos no son valores “importados” de Occidente. Los tunecinos se ganaron el respeto de la comunidad internacional. Y, lo que es más importante, se convirtieron en un ejemplo para movimientos revolucionarios semejantes, y en parte exitosos, en países como Egipto, Libia, Siria, Baréin o Yemen.

Ahora, “la madre patria de la primavera árabe” tiene nuevamente motivo de sobra para estar orgullosa: las primeras elecciones libres en la historia del país se desarrollaron casi sin contratiempos. La participación electoral fue extraordinariamente alta. Las irregularidades fueron la excepción. Con ello, los tunecinos dieron otro paso decisivo hacia el establecimiento de condiciones democráticas. Y siguen siendo así un ejemplo para todos los países árabes que no sólo quieren desembarazarse de largos años de dictadura, sino que también aspiran a una nueva forma de estabilidad, sustentada por ciudadanos libres y responsables.

Sin embargo, los europeos tenemos que tomar nota una vez más de que en los países árabes no siempre emergen como ganadores de elecciones libres aquellas fuerzas que gozan de las simpatías de Occidente. Como ocurrió ya antes en Argelia y en los territorios palestinos, a todas luces las fuerzas islámicas también han obtenidos la mayoría de los votos en el tradicionalmente laicista Túnez. No se puede pasar por alto que muchos tunecinos votaron por el bando no islámico. Pero ese bando está atomizado.

Las razones de los buenos resultados obtenidos por los islamistas son múltiples. Debido a sus décadas de resistencia contra el régimen de Zine El Abidine Ben Ali, el partido Ennahda goza al parecer de una dosis de confianza a priori. Interpreta el sentir de los musulmanes conservadores. Y, según lo que se ha sabido, recibió ayuda profesional de Arabia Saudita y otros países del Golfo para la campaña electoral. Además, se presentó con un programa electoral que no tuvo carácter fundamentalista, sino que se basó en una interpretación moderada del Islam. Por otra parte, parece atribuírsele más capacidad que a otros para hacer frente a los problemas económicos de Túnez, un país que padece una alta desocupación, especialmente entre los jóvenes.

El presumible triunfo electoral de las fuerzas islámicas debe ser aceptado tanto por sus rivales políticos como por la comunidad internacional. Es un reflejo de la voluntad del pueblo. Sin embargo, también hay motivo de preocupación: ¿Existe el peligro de que las libertades cívicas sean restringidas en aras de supuestas disposiciones religiosas? ¿Cuán fidedignas son las aseveraciones de los políticos islámicos de que están a favor de la democracia, de los derechos humanos y de la igualdad entre el hombre y la mujer? Este último aspecto está mucho más avanzado en Túnez que en cualquier otro país árabe. Y eso no debe cambiar en absoluto. No sólo la comunidad internacional, sino los propios tunecinos mantendrán su mirada crítica sobre el partido Ennahda. Éste, a su vez, tendrá ahora la oportunidad de demostrar que el islam, la democracia y la modernidad son compatibles.

Autor: Rainer Sollich

Editor: Pablo Kummetz