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Dolorosa Semana Santa

25 de marzo de 2005

Por primera vez en su pontificado, Juan Pablo II no ha podido encabezar la liturgia del Viernes Santo. Los católicos cifran ahora sus esperanzas en poder recibir su bendición el Domingo de Resurrección.

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El Papa, en la ventana de su estudio, el miércoles 23 de marzo.Imagen: AP

El Papa ha tenido que resignarse a no poder presidir personalmente este año las ceremonias de Semana Santa y a acompañar a sus fieles "en espíritu". Pero justamente esta circunstancia, en que la enfermedad parece ganar paulatinamente a la voluntad del Pontífice, ha hecho que Juan Pablo II esté más presente que nunca en la comunidad católica mundial.

El Viernes Santo, jornada particularmente oportuna para reflexionar sobre la vida, la muerte y la promesa de resurrección que anima al cristianismo desde hace siglos, encuentra al Vaticano en un momento delicado. En la prensa del mundo entero cunden las especulaciones acerca de los posibles candidatos al trono de Pedro y cada prelado que ha asumido la representación del Papa en las liturgias de estos días se baraja como un eventual "papable". Quizá por eso se haya repartido la tarea entre seis cardenales, para evitar dar la impresión de que existe un reemplazante definido.

El testimonio de Juan Pablo II

Pero, al margen de los cálculos "políticos" que suelen resultar inevitables en situaciones como ésta, la preocupación por la salud del Papa ha aumentado notablemente en estos días. Círculos bien informados dan por hecho que, en parte, está siendo alimentado artificialmente. Y los medios de comunicación se encargan de transmitir cada nuevo detalle de la evolución de su estado. No es de extrañar, tratándose de un Pontífice que siempre ha tenido una presencia mediática sin precedentes en el Vaticano.

Que él mismo lo permita ahora quizá constituya un aporte especial para una sociedad acostumbrada a volver la mirada a otra parte ante el sufrimiento y la enfermedad. Juan Pablo II está dando por estos días una muestra de cómo el espíritu prevalece. Más que mil palabras predicadas, impacta en la comunidad el ejemplo de un hombre físicamente quebrantado, cuyo vigor interior permanece intacto. Y ese es el mensaje del Viernes Santo. La muerte no tiene la última palabra. Es decir, el carácter efímero de la vida, no es una tragedia, sino una ley natural, sobre la que impera, para los creyentes, otra ley superior.